La economía es política

Augusto Trujillo

En sus clases de Hacienda Pública, el cofrade Alfonso Palacio Rudas solía insistir en que la economía es una disciplina política: En torno al eje del pensamiento político gira el económico.
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 La economía es política desde Smith y Ricardo, incluso desde antes. Azpilcueta en la Escuela de Salamanca, en el siglo XVI, pensaba lo mismo y, para los griegos, la economía suponía una ética. Aristóteles distinguió entre economía y crematística: Aquella tenía carácter político y esta, especulativo. Es inefable: La economía de hoy gira en torno al sector financiero, que es precisamente el especulativo. 

En estos últimos tiempos la economía se ha convertido en una disciplina esotérica, reservada a unos técnicos que la miran desde una curiosa óptica matemática, y la asumen casi como una teología en cuyo seno no procede el debate. Mientras tanto la política se convierte en el arte menor de ganar elecciones, y en la misión subalterna de ofrecer respaldo irrestricto y gregario a una ciencia económica que deja de ser pensamiento para convertirse en credo.  

Hace pocos días algunos de sus sacerdotes rasgaron las vestiduras porque el gobierno formuló críticas a la decisión de elevar las tasas de interés, adoptada por la Junta Directiva del Banco de la República. ¿Acaso la independencia del Banco, que la Constitución consagra, supone que las decisiones de su Junta Directiva no son susceptibles de crítica alguna? Deben acatarse, por supuesto, como se hace con las decisiones de los jueces. Pero es claramente permisible expresar desacuerdos y, por lo mismo, resulta absurdo prender alarmas y alegar que estamos regresando a los días de la Junta Monetaria.

Más allá de defender al gobierno o de controvertir a sus opositores, es un despropósito equiparar una opinión, por significativa que sea, a una actitud violatoria de normas. Los expertos saben que la idea de manejar la macroeconomía con medidas monetarias simples, como el alza o la baja de la tasa de interés, nació para acompasar las decisiones económicas con los comportamientos del libre mercado. Pero cuando el mercado se conduzca a contrapelo de las conveniencias del ciudadano común, la respuesta no puede limitarse a aplicar una ortodoxia fácil, propia de las disciplinas que privilegian el dogma sobre la doxa.    

En las últimas décadas crecieron, simultáneamente, la riqueza y la exclusión en el mundo. En medio de las dos, una desigualdad gigantesca e insoportable. Nada hace pensar que ese fenómeno se modifique, mientras no cambien las políticas que lo produjeron. Como dice Ulrick Beck, el mundo atraviesa una metamorfosis que afecta sus paradigmas tradicionales y desestabiliza las certezas de la sociedad: Lo que ayer era impensable hoy es posible y, tal vez, necesario. Esa es la crisis que enfrentan el mundo y el hombre de hoy.

Dentro del amplio marco del estado de derecho y de la economía de mercado, hay que fortalecer unas formas democráticas que garanticen la gobernanza, el desarrollo, la inclusión. Todavía se ven en esta América Ibérica politólogos defensores de viejos esquemas, como el de la mano invisible, el esquema gobierno-oposición, el de la democracia mayoritaria, que han sido superados por los hechos. Si algo necesitan estas sociedades plurales de América es una alta dosis de consensos políticos. Desde esa óptica, se deben repensar las instituciones.

 

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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