En la dirección correcta

Carlos Gustavo Cano

Hace bien la autoridad monetaria de Colombia, consagrada afortunadamente por nuestra carta magna como un órgano independiente del Gobierno, en cumplir cabalmente con su función esencial de velar por la estabilidad del valor adquisitivo de su moneda, ni más ni menos la suprema mercancía de toda sociedad. 
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Dicha independencia constituye el eje que le ha permitido erigirse como la institución más confiable del país ante propios y extraños. Sin duda, una conquista económica superlativa de nuestro ordenamiento jurídico.

Tal naturaleza le ha permitido observar, con entera libertad, los principios de contra-ciclicidad, anticipación y comunicación. Y, asimismo, conformar un equipo técnico sin igual, ajeno a los intereses y vaivenes de los ciclos políticos, comprometido exclusivamente con acompañar mediante sus autorizados análisis y criterios al cuerpo directivo de nuestro banco central. Dicha función, en la práctica, además del mandato constitucional, le ha permitido afianzar aún más su independencia, autonomía e idoneidad.

Como bien se sabe, y lo estamos viviendo en carne propia, la inflación es la pandemia social por excelencia en los tiempos que corren. Pero no solamente por su guarismo, que supera en más de cuatro veces la meta anual fijada por la Junta Directiva del Banco de la República, la cual es tres por ciento, sino particularmente por los dos principales elementos que la jalonan: los alimentos y la energía.

Ahora bien, por tratarse de típicos choques de oferta – derivados de la confrontación entre Rusia y Ucrania, de las consiguientes afectaciones de los flujos de comercio de materias primas agrícolas esenciales y fertilizantes, y del cambio climático -, o sea fenómenos exógenos que regularmente se salen del alcance de la política monetaria convencional, la cual se halla diseñada para enfrentar alteraciones de la demanda interna, en principio la autoridad no debería reaccionar.

Sin embargo, al sustraer del dato de la inflación total los incrementos de los precios de la comida y los combustibles, resulta evidente que las presiones del lado de la demanda están superando la capacidad instalada de la economía. O sea, lo que se conoce como el producto interno bruto potencial.

De otra parte, las expectativas de inflación, la variable de lejos más relevante para guiar la política monetaria, a la luz de todos los indicadores disponibles se encuentran desbordadas y desancladas de la meta.

Así las cosas, de cara a la misión constitucional de velar por la estabilidad del poder de compra del circulante, no hay camino diferente al de alcanzar un terreno contractivo de la postura de política monetaria. Esto es, una tasa de interés de referencia del banco central que en términos reales se sitúe al menos por encima de la tasa real neutral, entendida como aquella que a nivel macroeconómico ni estimule ni frene la marcha del aparato productivo, la cual, según las más recientes estimaciones, bordea actualmente un punto y medio porcentual. 

Es decir, en términos nominales, una tasa de interés de referencia del Banco de al menos 300 puntos básicos arriba de la hoy vigente.

Naturalmente, dicho ajuste debe conducirse de manera gradual, sin prisa. Pero, así mismo, sin pausa, reiterándole al mercado la firme determinación de la Junta de hacerle frente a tan pronunciado y grave brote inflacionario. Así como lo enseñó y practicó con rigor el célebre Mark Carney, anterior conductor de los bancos centrales de Canadá e Inglaterra, a través de su teoría conocida como forward guidance.

No sobra recordar que la tal disyuntiva entre inflación o crecimiento no es más que un mito. En efecto, la condición sine qua non a fin de que éste – el crecimiento - sea sostenible en el mediano plazo de suerte que se traduzca en genuino bienestar para la población, no es otra que una inflación baja y estable y, en lo posible, predecible. 

He ahí la tarea misional de un banco central. El nuestro, que va en la dirección correcta, aunque tardó un poco en iniciar el actual ciclo de alzas de la tasa por haberse inclinado al principio más por la vacilación que por la anticipación, debe proseguir por esa senda sin que le tiemble el pulso.

CARLOS GUSTAVO CANO

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