Abogado del diablo

Carmen Inés Cruz Betancourt

Cerca de cincuenta demandas presentadas y todas perdidas. Este es el balance que Rudolph Giuliani con su equipo de abogados obtuvieron como resultado de su esfuerzo para probar que hubo fraude sistemático en las elecciones presidenciales de USA en perjuicio de su candidato. Un trabajo por el cual se dice que cobraba 20 mil dólares diarios, que finalmente parece que Trump ordenó no pagar.
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Sobre Giulani, nacido en Brooklyn, New York en 1944 y graduado como abogado de la Universidad de New York con magna cum laude, cabe sintetizar algunas notas de diversos medios:  “…Fue azote del crimen organizado desde la Fiscalía de Nueva York, y regidor de la ciudad durante los atentados terroristas del 11 de septiembre. Su firmeza y empatía le valieron entonces el apodo de Alcalde de América. Después se enriqueció con la consultoría de seguridad a empresas y países, y emprendió una catastrófica carrera presidencial en 2008. Luego, cuando Donald Trump inició la suya, Giuliani le apoyó y se convirtió en su abogado personal”. Una tarea que incluía encubrirle aspectos oscuros de su vida, que a juicio de muchos ha hecho que Estados Unidos asista a una caída en picada de su reputación como abogado y político.

Ahora posiblemente poco le importa si finalmente Trump no le paga la cuenta porque Giuliani es un hombre millonario, tampoco perturba aspiraciones políticas puesto que ya habría superado esa etapa. El golpe demoledor recae en su prestigio que queda por el piso, o tal vez en el sótano. Y de ñapa cargará con el odio de su energúmeno cliente, que a esta hora lo estará culpando por no haber probado que quien ganó la Presidencia de USA fue él y no Biden. 

Entre tanto, ¿qué estará pasando por la cabeza de Giuliani? Difícil creer que una mente astuta como la suya aún considere que hubo fraude si desde el principio faltaron evidencias, solo que creyó que sus argucias y la prepotencia de Trump podrían influir en una mayoría de jueces republicanos y en la Corte Suprema de Justicia, donde varios de sus miembros debían el nombramiento a su cliente. Pero el diablo les falló y no pudieron salirse con la suya, se impuso la responsabilidad de los jueces, quienes posiblemente entendieron que sobre su nombre recaería una mácula que la historia registraría como un gran asalto a la democracia.

La pregunta es: ¿Cómo un abogado con gran prestigio, un millonario de 76 años que había disfrutado las mieles del poder, se expuso a semejante escarnio? Por dinero no pudo ser porque le sobra, por reconocimiento tampoco porque también le sobraba. Fue acaso por solidaridad con un ególatra desaforado, o con su Partido? El de los últimos años, porque antes fue demócrata y luego independiente.

CARMEN INÉS CRUZ

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