Cátedra de intolerancia

Carmen Inés Cruz Betancourt

Sí, una increíble cátedra de intolerancia en instituciones educativas es lo que hemos observado en dos casos divulgados recientemente por los medios.
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Toda una contradicción, porque además los responsables de dichas cátedras no son cualquier persona; en el primer caso que señalo, fue nada menos que la rectora del Colegio, asistida por la psicóloga y la veedora del mismo, y en el segundo un jurista que ejercía como docente de una prestigiosa universidad. Estos casos llaman la atención por el contraste que representan frente a la reiteración que se hace sobre la enorme importancia de elevar los niveles educativos de la población si queremos salir del subdesarrollo y otros males que nos agobian. Y a estas alturas nadie lo duda, la educación es vital para lograr el avance de las sociedades, pero tendremos que insistir en que efectivamente se necesita educación, pero de calidad, y ella no se logra sólo con buenos programas, materiales, tecnología, infraestructura y gratuidad, por sobre todo se requiere formar en “valores”, y bien sabemos que ellos no se transmiten con discursos ni en cuadernillos, sino que deben ir rigurosamente acompañados del ejemplo.

El primer caso, se refiere a un brutal acto discriminatorio, de bullying y matoneo emprendido por la rectora del Gimnasio Castillo Campestre (en Bogotá), apoyada por la psicóloga y la veedora del Colegio, contra un estudiante de 16 años, por su orientación sexual, hasta inducir en él una crisis emocional que lo llevó al suicidio el 4 de agosto de 2014. Y es que no se trató de cualquier tipo de rechazo, éste llegó hasta presionar a los padres de la expareja del estudiante para que lo denunciaran por acoso sexual. La investigación que siguió dio a la rectora como responsable de “falsa denuncia contra persona determinada y ocultamiento, alteración y destrucción de elementos materiales probatorios, ella tenía conocimiento de que estaba incurriendo en delitos y a pesar de eso insistió en sus actuaciones para hacer creer que el joven había acosado a uno de sus compañeros de colegio. Ella tenía el deber de proteger a los estudiantes y actuó en forma contraria”; fue condenada a 10 años y 8 meses de cárcel más una multa de 500 salarios mínimos. También la psicóloga y la veedora, que aceptaron su responsabilidad, recibieron sanciones.

El segundo caso de intolerancia extrema lo protagonizó un jurista con una hoja de vida muy adornada, catedrático de la Facultad de Jurisprudencia de una prestigiosa universidad de Bogotá, quien en una clase virtual, con tono airado y autoritario amenazó a una estudiante porque el perfil que tenía en pantalla contenía un mensaje alusivo a los hechos de la actualidad, que no le gustó; pero antes de esa actuación, los mismos estudiantes reportaron otra clase en la que expresó comentarios insultantes y homofóbicos para referirse a la Alcaldesa de Bogotá; ambos eventos, debidamente grabados. Conocidos los hechos el profesor fue retirado de la Institución.

Muy bien que se produjeran esas sanciones, pero el punto que nos queda por preguntarnos es; ¿qué tipo de educación reciben los jóvenes? ¿A qué personas se les está encomendando la crucial tarea de formarlos? Seguramente son una gran mayoría las instituciones y los docentes que cumplen muy bien su tarea, quienes aún en medio de mil limitaciones trabajan con denuedo y hasta con heroísmo, así que no se puede generalizar a partir de estos dos hechos, pero muy posiblemente ocurren otros casos que como estos, antes que educar deforman la mente de nuestros jóvenes con actitudes y valores profundamente insanos.

Es imperativo entonces, mantenernos vigilantes porque el compromiso es que mediante la educación logremos avanzar en la construcción de una sociedad auténticamente humana en la que no se discrimine a nadie por cuanto tiene o cuanto es, por su apariencia o forma de pensar; una sociedad en la que todos seamos respetados independientemente de las diferencias. Solo así saldremos de este espiral de violencia que nos consume. Por supuesto que no podemos descargar semejante responsabilidad solo en los docentes e instituciones educativas, la tarea es de toda la ciudadanía y mucho más del núcleo familiar, de quienes están investidos de autoridad, ocupan posiciones de dirección o ejercen algún tipo de liderazgo en cualquier escenario.

Razón tiene Humberto Maturana cuando señala:

“ Lo fundamental en la educación es la conducta de los adultos. Los niños se transforman en la convivencia y va a depender de cómo se conduzcan los mayores con ellos, no solamente en el espacio relacional, material, sino en el espacio psíquico”.

CARMEN INÉS CRUZ

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