El grave el déficit de participación ciudadana que padecemos

Carmen Inés Cruz Betancourt

La encuesta “Ibagué cómo vamos” aplicada en 2022 sobre Participación en organizaciones o redes de apoyo, revela resultados desoladores.
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Dice que 71 % no participa en nada; 31 % participa en Juntas de Acción Comunal y grupos de vecinos; 9 % en Juntas de Padres de Familia y 5 % en Partidos, movimientos o grupos políticos.

Cabe entonces preguntar: si no participamos, ¿a quién culpar porque todo sigue igual o empeora? Lo señalé en columna anterior: es nuestra responsabilidad, estamos fallando y se debe actuar. Sabemos que participar es un hábito que se construye principalmente en el hogar y en la escuela, desde muy temprana edad en torno a todos los quehaceres y en la medida de las capacidades de cada uno.

Es, además, la mejor forma de establecer relaciones humanas, de superar sentimientos como la desconfianza, el egoismo y el individualismo que nos afectan y nos llevan a temer de unos y otros, a excluir, aislar y abandonar a algunos, al punto que los reduce a la soledad y hasta los lleva a la depresión y al suicidio.

Para crear y promover el hábito de participar en jóvenes y mayores, las fórmulas están inventadas: los juegos, el deporte y las actividades culturales son excelentes medios porque permiten relacionarse, acordar y seguir reglas, entretener y divertir. También el estímulo al trabajo en equipo, a deliberar y resolver problemas de modo conjunto; esta tarea involucra los ambientes laborales, con la certeza de que obtendrán mejores resultados, mayor eficiencia y armonía. 

El hábito de participar propicia la asociatividad y son construcciones sociales que se manifiestan de múltiples maneras, por ejemplo, mediante la tendencia a integrar redes, clubes, cooperativas, grupos de interés y de apoyo en torno a múltiples asuntos. Sobre ellas los especialistas afirman que constituyen un gran apoyo para preservar la salud mental, siempre y cuando adopten como principios el respeto al otro, a la diferencia, la escucha activa, la tolerancia y el rechazo a la violencia para resolver discrepancias.

De modo especial los escenarios educativos deben adaptar su equipamiento, su pensum y sus docentes para que estimulen esas actividades. 

Escenarios escolares, aun cuando austeros pueden ser gratos y amigables, embellecidos con elementos de la naturaleza, con la actitud y el cuidado de todos. A veces se cae en la tendencia a ocuparse solo de construir nueva infraestructura educativa y de otro tipo, que luego no reciben el mantenimiento debido, hasta el punto de que resulta inservible, como observamos en muchos elementos de nuestro entorno; se requiere además, promover la apropiación por parte de los usuarios para que los cuiden.

Todo ello podría incidir de modo significativo, por ejemplo, para lograr menor ausentismo y deserción porque así los escolares podrían sentirse complacidos de asistir a las aulas, antes que asumirlo como una obligación. También, la disponibilidad de áreas deportivas, conformación de grupos musicales diversos, de teatro y otras prácticas, igual que servicios comunitarios que incluyan cuidar del entorno, visitas a enfermos, a personas mayores y muchas otras formas de relacionarse con otros, dar compañía y expresar solidaridad.

La participación ciudadana, incluyendo participación política, también debe inducirse y cultivarse como una responsabilidad ineludible, entendiendo que la ciudadanía implica derechos y deberes; que cuanto sucede es resultado de nuestros actos u omisiones sin importar nuestra ubicación en la comunidad, porque si se trata de elegir, el voto de cada cual cuenta igual, y es la falta de unión, de reflexión colectiva y consciente sobre las implicaciones de unas y otras decisiones, así como la bajísima partición, lo que explica tantos fenómenos indeseables que padecemos. 

 

CARMEN INÉS CRUZ

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