El alcalde en su laberinto

Tratando de tener un gesto de buen perdedor electoral, me prometí nunca escribir ni una línea sobre Gustavo Petro antes de que cumpliera su primer año de gobierno.

Pensé que mis recurrentes dudas sobre su elección se podrían ver atenuadas una vez aceitara los engranajes de su gestión, terminara la lectura de “Alcaldía para Dummies” y esculpiera su modelo de la Bogotá ideal a fuerza de rúbrica en taciturnos decretos. Fin de la tensa tregua.

Llegaron las postrimerías de diciembre con tanta controversia y polémica como la constante invariable que acompañó al paradójico timonel capitalino en este 2012. Se le consumió un año completo alegando y fraguando mediáticas trifulcas contra imaginarios contendores, se le consumieron los ánimos imponiendo un estilo totalitario y trasnochado que lo relegó a la soledad del poder e hizo flaquear la lealtad de sus más cercanos mosqueteros.


Petro se quedó sólo con el eco de sus pensamientos en la inmensidad del Palacio de Liévano porque así lo quiso. Prefirió abrir frentes de guerra para desangrar a la ciudad en lugar de buscar acuerdos, quiso hacer las cosas a las malas si era necesario con tal de demostrar quién era el que mandaba, así mandara mal, y se ensimismó sórdidamente en su cuenta de Twitter trinando a velocidad uribista.


Bogotá va a la deriva, encallando y desencallando cada quince días con un nuevo escándalo, acumulando frustraciones en una estela interminable. No se sabe la ventura del dichoso metro, no se ve claro el porvenir de la carrera Séptima, se siguen fugando dineros públicos por una ALO a medio pavimentar, se gasta pólvora en gallinazos con un San Juan de Dios en un escéptico experimento de resurrección, se señalan “mafias paramilitares” a diestra y se habla de complots a la siniestra.


La cereza final en este coctel de caos ha sido el bochornoso espectáculo de las basuras. Mientras Petro se ajustaba el megáfono al cinto, la ciudad naufragaba en un mar de inmundicias y las calles se forraban con fétidas bolsas multicolores en un nauseabundo arcoíris urbano. Esto sin hablar de los raquíticos camiones recolectores que cada segundo se pudren más y más en Cartagena.


Hoy Bogotá tiene un alcalde atrapado en el laberinto sin fondo de su propia improvisación, mientras con cada movida sólo logra dispararse en el pie, una y otra vez. La convaleciente capital se está sacrificando por el país entero, inmolando sus últimas reservas de cordura para que Gustavo Petro nunca llegue a la Presidencia de Colombia. Aguanta Bacatá con estoicismo sus embates y bandazos para darle una lección a los demás gobernantes de lo que no hay que hacer. Esperemos pues, que para el final de su período quede de la añorada Atenas Sudamericana algo más que sólo ruinas.


Obiter Dictum: Entenderán mi sorpresa cuando en el periódico El Tiempo del pasado jueves encontré una columna, firmada por Juan Esteban Constain, con el mismo título de la que yo escribí semanas atrás con motivo del fin del mundo y con algunos extractos inquietantemente similares que aún hoy me despiertan incómodas suspicacias.



Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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