El fin de Popeye

Columnista Invitado

Hubo una época, lejana para muchos y cercana para otros, en la que Jhon Jairo Velásquez Vásquez, sabía cuándo alguien viviría o moriría. No era para menos, este siniestro personaje, que los colombianos conocen como Popeye, fue uno de los más sanguinarios sicarios de Pablo Escobar al servicio del tenebroso Cartel de Medellín. Tras someterse a la justicia, y con una alta dosis de cinismo, confesó ante las autoridades el asesinato directo de al menos 300 personas y el ayudar en la muerte de otras tres mil. Si un solo asesinato es terrible, imaginemos esa escandalosa cifra. Popeye fue condenado a 30 años de cárcel, máxima sanción de aquel entonces, y tras cumplir tres quintas partes de su pena y gracias al trabajo y el estudio, quedó libre tras 23 años y 3 meses tras las rejas. Los últimos 10 años los cumplió en Cómbita, cárcel de máxima seguridad en Boyacá, donde se supo poco de él mientras disfrutaba en solitario de un pabellón que le garantizaba seguridad a un hombre que forjó enemigos a diestra y siniestra. Tras 26 años de la muerte de Escobar, Velásquez es de los pocos sobrevivientes de una época dantesca. Al salir de prisión se convirtió en un fenómeno en las redes sociales y una lamentable celebridad, que demuestra el extraño grado de descomposición de una sociedad que convierte en estrella a un asesino de esa calaña. Fue una vedette que dio entrevistas a medios nacionales e internacionales, siendo poseedor de una memoria fotográfica que develó poco a poco. Se transformó en un militante del uribismo que nadie alejó nunca de sus filas. Hoy, con 57 años de edad, Popeye padece un cáncer terminal en etapa avanzada. La pregunta que muchos hacen es si cumplirá la promesa de contar verdades que aseguró no decir por miedo. ¿Tan peligroso será el misterio que atemoriza a un hombre cuyo alias llenaba de terror los hogares colombianos en la década de los 80? Llegó incluso a decir que conocía los secretos del “hombre más poderoso de Colombia, económica y políticamente; un hombre muy peligroso”. Y dijo que es “un expresidente”. Muchos se preguntan si el tiempo en prisión fue suficiente para purgar los crímenes que protagonizó. No sé qué pensarán sus víctimas, familias que lloraron lágrimas de sangre por las balas y las explosiones que les arrebataron a sus seres queridos. Lo cierto es que en una patria golpeada por la violencia y el terrorismo, no es común que siniestros individuos que llenaron titulares con una larga estela de delitos pasen en la cárcel largo tiempo como lo hizo Popeye. Muchísimos de los criminales en Colombia mueren de viejos, caen por las balas enemigas o son abatidos por las fuerzas del Estado en implacables persecuciones, como sucedió con el ídolo y jefe de Popeye, Pablo Escobar. Aunque es difícil ponerse en los zapatos de quienes han sufrido esta narcoguerra que se ha extendido en el tiempo como un demoledor cáncer, igual que el que consume a Popeye, lo cierto es que es necesario comenzar a perdonar y darle la vuelta a esa página cargada de pesadillas, antes de que la espiral de violencia se oxigene y se recarguen las venganzas.

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