Darío Echandía, el maestro de la ética

Columnista Invitado

El 13 de octubre se conmemoran ciento veintitrés años del nacimiento del doctor Darío Echandía Olaya, hijo insigne del Chaparral de los grandes, ciudadano sin tacha que enseñó, con el ejemplo, la forma de cumplir en forma cabal las responsabilidades con la patria y la sociedad, con sincera humildad y sacrificio. El país lo recuerda siempre como el Maestro, por las enseñanzas que impartió en las Universidades del país, pero también por la cátedra que dictaba en cada una de sus intervenciones públicas y aún en ocasionales charlas. En todo momento de su valiosa existencia, la ética, que se identifica con lo bueno, lo honesto, lo justo y lo positivamente valioso, estuvo presente.
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La vida de este ejemplar tolimense transcurrió en el trajín de los cargos en las tres ramas del poder público. En el legislativo fue concejal en Armenia, diputado en las Asambleas Departamentales del Tolima y Caldas y congresista en repetidas ocasiones. En el Ejecutivo se desempeñó como Ministro de Gobierno, de Educación, Relaciones Exteriores y Justicia; Embajador ante la Santa Sede; Primer Designado, en cuya condición fue encargado tres veces de la Presidencia de la República. Después de tan altas dignidades aceptó regresar al Tolima como Gobernador, con el sueño de que los tolimenses pudieran volver a pescar de noche. En la administración de justicia el doctor Echandía fue Juez Civil del Circuito en Ambalema y Municipal en Bogotá, Magistrado del Tribunal Superior de Ibagué y  de la Corte Suprema de Justicia.

Lo trascendente en la vida singular de este jurisperito no es el número de posiciones que ocupó, si no la probidad con las que las ejerció y el mensaje de grandeza que nos legó en cada oportunidad. Así, cuando se le ponderaba por ser el salvador de la patria, cuando el presidente López fue apresado en Pasto por militares rebeldes y tuvo que presentarse ante las tropas para ser reconocido como el representante del Gobierno legítimo, contestó a un periodista: “Simplemente cumplí con el deber que me correspondía como empleado público”.

En otra oportunidad, en el famoso debate de la Handel, que se adelantaba contra el presidente López Pumarejo y cuando la oposición le criticaba su defensa al ejecutivo, por el simple motivo de ser funcionario de la administración, contestó con vehemencia en el Congreso:

“Yo sí soy un empleado público. Estoy hablando aquí como un empleado público, y solamente como empleado público. No vengo a ventilar como la última instancia pleitos privados. Vengo a ventilar los supremos intereses de la República, porque estoy a su servicio; soy un verdadero empleado público, señor Presidente, que entró pobre al Ministerio para salir más pobre de él”.

Las anteriores expresiones reflejan la personalidad de un tolimense que ascendió, sin buscarlo, a las más altas cimas del poder, dejando en cada oportunidad una lección de ética que estamos obligados a recordar para las actuales y futuras generaciones.

 

HERNANDO A. HERNÁNDEZ Q.

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