India: confesionalismo, democracia y brics

Columnista Invitado

Este 4 de junio se conocerán los resultados electorales en India con casi mil millones de votantes, 50% más que los habitantes de la UE, 3 veces los que habitan EEUU y 20 veces los de Colombia. La única demografía parecida es China que no tiene elecciones libres. Los comicios durarán mes y medio, en más de cien distritos electorales.
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India es un estado laico constitucionalmente y una democracia sólida desde su independencia, agitada por liderazgos fuertes, apaciguada por otros sosegados, partidos estructurados e instituciones funcionales, así muchos se quejen de la lentitud judicial. Las castas persisten.

Después de siglos de guerra, convivieron no exentos de incidentes hindúes y musulmanes, parsis, sijes y budistas, con respeto por sus sitios sagrados, ritos y costumbres, fabricando un “tejido único” al decir de un monje hindú. Amistades y negocios florecieron con tolerancia mutua y la política más lejos de los asuntos religiosos.

India subió en el escalafón mundial. Es potencia regional de primer orden y se prepara para ejercer como superpoder global en ciencias básicas y espaciales, energía y armas nucleares, entretenimiento, inteligencia artificial y tecnologías de punta. Es la nación más numerosa del planeta: uno de cada tres habitantes terráqueos es indio o chino.

India puede volverse pronto el nuevo motor del crecimiento global, con su abundante mano de obra, recursos naturales disponibles y localización cercana a China, Rusia, Oriente Medio y África.

El primer ministro y candidato a tercer período, Nadendra Damodardas Modi, ha hecho avanzar a India en lo material y ha desarrollado una política exterior dinámica que la ha acercado a Rusia y EEUU, principales rivales geopolíticos a los que se suma China. Con ésta, las relaciones son públicamente positivas, pero en el día a día están signadas por un viejo conflicto fronterizo que escala tensiones, genera desde ejercicios militares e inmensos desfiles de poder, hasta escaramuzas con machetes y palos, inauguración de túneles y vías en tierra disputada por el otro y declaraciones hostiles de los ministros de defensa y sus jefes.

Modi el modernizador, no es propiamente un sadhu dandi, un santo, en materia religiosa. Su origen en el BJP, Partido Popular Indio, es, según algunos, paramilitar en el ala de los Voluntarios Nacionales, RSS. Muchos hasta lo consideran responsable de más de mil muertos musulmanes en la crisis de Guyarat, en el oeste del país, donde era Ministro Principal en 2002. Es considerado la defensa pura y dura del hinduísmo. Ha cerrado mezquitas y alzado en sus escombros templos hinduístas. Su lenguaje público mantiene ahora en vilo a los musulmanes indios e inquieta a Indonesia, de mayorías musulmanas, al nuclear Pakistán, al estado confesional mahometano y al resto del revuelto mundo del Corán.

Modi, imperialista nostálgico, considera la represión una fórmula para el progreso material. Pinochet, Xi, Putin, Trump y atrás Mao, Castro y Jomeini son del amplio grupo de líderes de derecha e izquierda que mezclan sus utopías económicas con el autoritarismo o el confesionalismo.

A Modi lo acusan de ser un autócrata electoral que persigue opositores, sin apego democrático. Si toma su reelección como mandato antimusulmán, se podría desatar una confrontación religiosa de proporciones inimaginables en el país más poblado del mundo, que llamaría a inmiscuirse a los gobiernos confesionales más radicales, muchos de ellos nucleares.

Si Colombia entra a los BRICS, además del riesgo económico, contaminará sus intereses nacionales con la lucha ajena y contagiosa de musulmanes e hindúes y con los pleitos entre China e India, desde el desfiladero de simpatizar con Rusia o depender de Brasil.

Y romper relaciones con Israel, aunque tiene audiencia, nos hace perder inteligencia y proveeduría estratégica, mina la relación especial con los EEUU y nos pone del lado de Hamás, no de Palestina.

Autosuicidio, diría Maduro.

 

Luis Carlos Villegas

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