A troncas y a mochas

Esta es una expresión que bien podríamos aplicar a nuestra democracia, tan alabada, tan exaltada, tan invocada, pero tan lejos de representar lo que realmente significa y expresa.

Para comenzar, nuestro sistema electoral apenas representa el 50 por ciento del potencial de votantes, es decir, la mitad de los que deben elegir no concurren a cumplir con el compromiso, porque no los entusiasma el sistema y porque no se sientes representados en él.

Fuera de eso, cada vez más, muchos de los elegidos resultan ser personas cuestionadas, dudosas, incursas en garrafales conductas y hasta en la comisión de graves delitos. Los hechos recientes nos confirman que un buen número de aquellas personas que lograron obtener una credencial en el pasado debate, llegaron a la cárcel antes de tomar posesión de sus cargos y otros son duramente señalados de haber cometido graves indelicadezas y ya se encuentran en marcha las respectivas pesquisas por parte de los organismos investigadores encargados de aplicar la justicia.


La democracia nos señala que para que ésta se dé, es necesario un nivel cultural alto y generalizado que permita el libre examen, la libre expresión y la libertad absoluta de elección, que incluye la ausencia de presiones a través de la cosa pública, del dinero o del miedo; que las necesidades de las personas no sean aprovechadas para dispensar personalismos y para restarle el sentido y la importancia que tiene el voto.


Nos parece que ante las circunstancias, hay que emprender una cruzada para que el nivel de la democracia se eleve, para que la educación se incremente entre el potencial de votantes y para que las responsabilidades de quien elige sean una constante en todos los votantes. Cuando podamos avanzar en la purga de las odiosas interferencias que se presentan, podemos decir que nuestro sistema democrático avanza; mientras tanto, lo que podemos estar en capacidad de sentenciar es que retrocede.


No bastan en un régimen la adopción de medidas que esquematicen un sistema de gobierno, si ellas no están acompañadas de un nivel cultural que las asimile y las ponga en práctica.


Colombia debería tener un organismo muy fuerte, que se encargara de evaluar nuestra democracia y que diseñara los programas que fueren necesarios para ofrecer las garantías para que el sistema opere con todas sus facultades y todas sus virtudes; de no ser así, continuaremos asistiendo a un escenario pobre, que no representa otra cosa que un remedo de una institución que debe ser consustancial con los ciudadanos.


Colprensa

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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