La indigencia en las ciudades

En las ciudades colombianas ha sido común en los últimos años el incremento de la indigencia en las calles y lugares públicos, que generan un aspecto deprimente de pobreza, abandono, indiferencia, y por supuesto de maltrato.

La reacción ciudadana suele ser la de dar unas monedas para pretender aclimatar la paz interior, o para invocar alguna indulgencia divina frente al problema, pero en segundos se echa al olvido, mientras otro menesteroso aparece para repetir el mismo ejercicio espiritual.

En lo que respecta a las autoridades, parece causarles toda clase de fastidios la presencia de estos individuos, pues afean el aspecto de sus administraciones o desdicen de la responsabilidad que puedan tener frente a sus obligaciones de gobierno; lo común que observamos, son algunas campañas para que no se dé limosna en las calles, con el argumento de que si se hace, esas personas terminan acostumbrándose a vivir de la mendicidad.

La verdad es que este flagelo social se incrementa porque ni gobierno ni sociedad hacen nada, o hacen muy poco para tratar de atender el problema.

En cualquier ciudad siempre hay desvalidos, y en medio de ellos, algunos aprovechados, pero nunca se han identificado cuales son las responsabilidades de esos gobiernos y de esas sociedades para abordar el manejo del problema como tal.

En un Estado Social de Derecho, como lo pregona nuestra Constitución, deben existir claras responsabilidades para la atención de los más débiles. Yo estoy convencido que nadie pide limosna simplemente porque le gusta, pues ahí ya puede existir un trastorno síquico que merece una atención.

El manejo de la situación requiere muchos componentes: uno, desde luego, debe ser el de garantizar el alivio de las necesidades básicas de alimentación, vestido, atención médica y vivienda. Pero el otro componente tiene que ver con el diseño de una estrategia que permita reincorporar a la sociedad en términos de equilibrio y justicia a esa masa de población desprotegida, olvidada y repudiada, frente a la cual olvidamos nuestra responsabilidad social.

Los aspirantes a obtener cargos públicos no suelen tocar el tema, pues allí no hay votos, ya que la inmensa mayoría de los afectados ni documento de identidad tienen, y una vez instalados en los cargos, no se preocupan tampoco de atender esta franja, pues no le deben ningún favor electoral.

Qué escenario triste el de una ciudad que no se preocupa de sus desvalidos: de aquellos mayores que no pueden encontrar siquiera su alimento, y de los niños a quienes además les aguarda un futuro lleno de incertidumbre y de horror porque nadie se preocupa de ellos.

Entre tantos concursos que se organizan en este país para satisfacer el ocio de las gentes, quisiera ver uno que señalara el mejor programa para acabar con la indigencia. 

Credito
COLPRENSA

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