Lección para aprender

Cuando el pueblo habla, hay que oírlo. Si no se hace, la presión acumulada está llamada a producir las manifestaciones más insospechadas, muchas veces extraviadas de lo que debe ser una protesta razonable y de alcance lógico.

Lo ocurrido por estos días con el sistema de transporte público en Bogotá, no es otra cosa que el cúmulo de errores frente a un problema que no se atacó oportunamente, no se valoró en su real dimensión y no se abordó desde la perspectiva del tiempo.

La solución del Transmilenio, como instrumento para atender el transporte de los ciudadanos, fue la mejor alternativa en su momento y sin duda transformó la vida de los usuarios del transporte público.


Pero los gobernantes de turno actuaron con desidia y con carencia de visión hacia el futuro.


Ese sistema ha adquirido 500 mil usuarios nuevos en los últimos años; la capacidad instalada es para un millón 200 mil usuarios al día y los pasajeros llegan a un millón 730 mil; los articulados que se requieren han llegado a cuentagotas y no se sabe como se van a tender las nuevas fases proyectadas.


Y ni hablar de las losas de las vías, que se atrofian permanentemente y no se encuentran soluciones para materiales durables y de buena eficiencia en su uso.


A todo esto se suma el grave problema de la inseguridad, que con los sobrecupos que se manejan, la situación se ha visto incontrolable frente a toda la gama de delitos que se cometen al interior del sistema. Y mientras estos delicados problemas ocurren, las tarifas suben, cuando la calidad del servicio retrocede.


Ante a este estado de cosas, los responsables de su manejo, torpemente tratan de achacar problemas políticos a una realidad inocultable, lo que hace que la situación no se aborde desde el meollo del asunto y desde las realidades que lo aquejan.


Las ciudades colombianas se pueden describir hoy con los mismos trazos: Problemas acumulados y desbordados, sin que exista planeación, ni responsabilidad frente a las soluciones.


A veces se generan buenas ideas, como el sistema de los articulados para el transporte público, puesto en marcha ya en varias ciudades y proyectado para otras, pero el programa se queda en el arranque y no se planifica sobre los alcances en el tiempo, midiendo crecimientos y propiciando las soluciones para los nuevos escenarios.


Lo que los ciudadanos expresaron en el paro último, no fue sin duda una manifestación adecuada y civilizada, pero sí una protesta desesperada frente a un grave problema desoído sistemáticamente y atendido en las peores circunstancias de responsabilidad gubernamental. Es el campanazo de lo que puede seguir ocurriendo, cuando la voz del pueblo no es oída con atención y respeto.

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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