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Desde el mismo instante en que fue anunciado su nombre como nuevo Pontífice, rehusó a usar la silla que se había utilizado tradicionalmente como pomposo trono papal y pidió que le dejaran sus zapatos viejos; también se abstuvo de utilizar el aposento pontificio y pidió que su lecho estuviera en la residencia de Santa Marta, en donde se hospedan visitantes del Vaticano.
Y de inmediato comenzó a enviar mensajes: la Iglesia tiene que estar al lado de los pobres; la inclusión tiene que ser un propósito; el papa se equivoca, y pidió en una oportunidad ser confesado; abrió las puertas a los marginados y comenzó a influir en los temas de trascendencia en el mundo, para que la Iglesia se considerara como una institución cercana y piadosa, y no como un instrumento de poder o de temor.
Estos diez años han sido de constante trabajo; lo vemos agotado físicamente, pero luchando a cada instante por modificar las viejas estructuras para que la Iglesia refleje los nuevos tiempos y asuma las nuevas realidades. Para ello ha tenido que luchar contra aquellos que se aferran a la ortodoxia y a los milenarios dogmatismos, para que entiendan que la rigidez conceptual no es posible sostenerla a rajatabla, sino que hay que adecuarla a medida que el elemento conceptual permite identificar nuevos escenarios y realidades.
Y la verdad es que su esquema no ha sido el de la imposición, sino el de un trabajo paciente, abierto a la discusión y al diálogo sincero y nutrido, con la concurrencia de todas las voces posibles, siempre generador de nuevos horizontes.
El papa, ha sabido transmitir coherencia, lógica y sentido común en sus reflexiones, y una persistencia en el trabajo y en la difusión de su pensamiento, que lo han llevado sin duda a mostrar resultados, que van apareciendo poco a poco, sin necesidad de imponer concepciones rígidas, ni tampoco de aparecer con rupturas estridentes que lleven a provocar alarma o confusión. La sencillez y humildad en su actuación le permiten tocar las fibras íntimas de la comunidad que dirige y conducir a espacios de reflexión, en donde se abre el camino de la transformación.
En una oportunidad, al cardenal José de Jesús Pimiento se le preguntó qué opinión tenía del papa Francisco, y sentenció “Pues este papa está haciendo todo lo que Jesucristo no alcanzó a hacer”.
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