El Aprendiz

Guillermo Hinestrosa

“La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como una miserable farsa”, escribió Carlos Marx, refiriéndose al Coup d´Etat (golpe de estado) dado por Luis Napoleón Bonaparte, por entonces presidente de la Segunda República Francesa, ante la imposibilidad constitucional de prolongar indefinidamente su mandato. Pretendiendo seguir el ejemplo de su tío, el gran Bonaparte, se proclamó Napoleón III o Napoleón el pequeño, al decir de Víctor Hugo.
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Aplica también al fallido intento de Trump de revivir el fascismo, esta vez en los Estados Unidos del Siglo XXI. En octubre de 1922 Mussolini convocó sus partisanos a Roma a tomarse el poder. Llegaron de todas las provincias y sitiaron el parlamento. Intimidados por la turba, los diputados le confirieron plenos poderes para «restablecer el orden». En enero de 1923 los camisas negras fueron institucionalizados como fuerza paramilitar oficial.

Tanto el Duce como Trump manipularon al pueblo religioso:  Mussolini firmando un concordato con la Santa Sede que le valió ser llamado “el hombre de la Providencia” por Pío XI. A Trump, racista, xenófobo, misógino, cliente habitual de prostitutas y actrices porno, le bastó con oponerse al aborto para convertirse en adalid de la moral y las iglesias cristianas. 

Pero pasamos de la tragedia al melodrama. Fracasadas las intimidaciones de Trump sobre jueces, fiscales y gobernadores, intentó sabotear el reconteo de votos y anular las elecciones diciéndole a Mike Pence: “Puedes pasar a la historia como un patriota, o puedes pasar a la historia como un cobarde”. Confiaba en la fuerza bruta de una chusma supremacista que alebrestó para doblegar al vicepresidente, al Congreso y de ser necesario a la Suprema Corte. Delirios de un narcisista chiflado por la derrota electoral.

El camino que sigue es espinoso. El fin de su mandato pone fin a la inmunidad que lo protegía de demandas por fraude fiscal, financiero, inmobiliario y acoso sexual. Se sabe que estuvo tentado a indultarse a sí mismo, pero eso hubiera equivalido a reconocer sus culpas y al mismo tiempo absolverse, actuando como juez y parte. Recordemos que Nixon tuvo que renunciar para obtener el perdón presidencial de su sucesor, el vicepresidente Gerald Ford.

Trump debería ser condenado por violar la constitución. Por lo pronto, su único castigo ha sido el silenciamiento de sus cuentas en Twitter, Facebook e Instagram; megáfonos electrónicos que usaba para vociferar insultos, mentiras y amenazas, impunemente.

Las últimas palabras atribuidas a Hitler fueron: “En medio de toda la traición que me rodea, sólo me siguen siendo fieles la desgracia y mi perro Blondi”. Trump no tiene perro, pero si un apellido alemán que adora y exaltó como marca del emporio de casinos, condominios, hoteles y clubes de golf, que se derrumba como un castillo de naipes.

Pero no hay muertos en política. Pese al asalto al Capitolio mantiene el respaldo de las bases republicanas. Suficiente para acuñar la leyenda del reyezuelo dorado caído en desgracia por deshonrar la democracia. Historia digna de opereta, zarzuela o un musical en Broadway. O quizá lo absuelvan de todo, y nos espere la segunda parte de esa terrible profecía bíblica en la que la bestia, vitoreada por sus devotos, resurge de sus cenizas para gobernar un mundo neonazi. ¡Dios nos coja confesados!

GUILLERMO HINESTROSA

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