Hagamos de Ibagué un amable bosque

Manuel José Álvarez Didyme

Son muchas las invitaciones que en diferentes momentos a realizar este propósito se han hecho, las cuales, como fácilmente se advierte, han caído en el vacío de la indiferencia general, pese a lo cual no debe perderse la esperanza de que la reiteración del llamado pueda terminar algún día por fructificar al encontrar el grupo de ibaguereños que opte por llevar a cabo una decidida acción al respecto.
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Nos referimos tanto a la injusta tala de los árboles que se lleva a cabo en forma perceptible y de manera continuada en nuestra ciudad y su entorno, sin que se procure su reposición, así como al deplorable estado de aquellos especímenes que logran sobrevivir en medio del abandono, llenos de líquenes, hongos y parásitas en los pocos parques que los albergan o en las avenidas o barrios que una vez aspiraron ornar.

No obstante cuando de ilustrar guías turísticas o floridos escenarios se trata, se recurre a ellos, ahí sí, como primer símbolo de identidad, sobre todo al mango que con esfuerzo se levanta frente al palacio de Gobierno o a los florecidos ocobos, destacándolos como lo más notable de Ibagué, igual a como lo hacen Tokio y Washington con sus cerezos en flor.

A fin de que quienes no han tenido oportunidad aún de llegar hasta esta capital, queden arrobados con la imagen de una urbe plena de flores y bellas siluetas arbóreas, con lo que se trata de vender la irreal imagen de que los habitantes de este solar somos amantes de la naturaleza y la cuidamos, cuando lo cierto es que por doquier agoniza víctima del descuido, cuando no por la acción depredadora de aquellos que la ven como el enemigo que oculta su establecimiento de comercio o el elemento que estorba el estacionamiento de su vehículo.

Y mientras tanto, ante su falta, el clima citadino se torna cada vez más inclemente, el régimen de lluvias se altera, las fuentes de agua se reducen y nadie hace nada para evitarlo: ni usted ni yo, ni los ecologistas, ni las autoridades municipales, ni la comunidad a través de sus diversos estamentos. ¡ Nadie !

¿O cuantos planes de reforestación urbana se han adelantado de manera técnica y calculada en la ciudad?; ¿O cual la gestión realizada al efecto por Cortolima, no obstante haber sido creada y dotada de presupuesto para la preservación y recuperación de nuestros recursos naturales?; ¿O la de la Universidad Pública, que a través de sus Facultades de Ingeniería forestal y de Agronomía, algo podría retornarle a la comunidad de lo poco o mucho que ésta ha hecho por ella, ayudando a conservar el medio ambiente y reproducir y sembrar árboles, así fuese como simple práctica docente para sus estudiantes?

¿Y en qué forma se han movilizado al respecto la opinión y la acción ciudadanas a través de las universidades privadas, las escuelas, los colegios, los maestros, los sindicatos, los medios de comunicación, las ONG´S ambientalistas o las asociaciones que se califican de cívicas? 

Así que si la culpa y la responsabilidad por el deficiente manejo de nuestras especies arbóreas son evidentemente colectivas, no nos quedemos en las recriminaciones -como casi siempre nos ocurre- y pasemos a la positiva acción, ojalá liderada por los gobernantes municipales que arriban y despierten la ciudad con una campaña intensa y perdurable que persiga el cambio de actitud de los lugareños con su tierra y el amor por lo propio.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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