Macroeconomía de la Paz: Cuentas que no cuadran

Ismael Molina

Es indiscutible que el momento por el que atraviesa la economía nacional es por decir lo menos, de alta incertidumbre. El comportamiento de los precios del petróleo, la caída en la demanda de los comodites, el profundo déficit en la cuenta corriente de la nación, la devaluación de la moneda, el hueco fiscal generado en la reducción de las regalías y los repuntes de la inflación son unos de las más evidentes expresiones de una economía que pierde la senda de crecimiento y entra en un proceso de ajuste que se pagará con cifras crecientes de desempleo, bajas tasa de crecimiento y altos intereses.

Las proyecciones de los economistas del neoliberalismo son claras: el hueco fiscal generado en los precios del petróleo se debe pagar con una reforma fiscal estructural, donde el mayor costo lo pagarán las clases media y los asalariados. La elevación de la inflación se debe mitigar con tasas de interés más altas que frenen el consumo excesivo y obligue una reducción en la inversión, generando mayor desempleo. El déficit en cuenta corriente como producto de altos niveles en las importaciones y una reducida capacidad de exportaciones, pese a las promesas explícitas de los diferentes tratados de libre comercio, se paga con la elevación en la tasa de cambio que, en el corto plazo, impacta el consumo y la inversión, aunque en el largo plazo probablemente debe promover una mejora en la capacidad exportadora del país. Es decir, el futuro que los diseñadores de la política macroeconómica del Banco de la República y del Ministerio de Hacienda nos pronostican es de un apretón económico que afectará a los asalariados y a las clases medias, con más desempleo y menos expectativas de crecimiento.

En ese escenario, nada optimista, nos preguntamos cómo asumir los costos de los acuerdos de La Habana. Las respuestas dadas hasta ahora no son satisfactorias. Sostener que la paz tiene costos menores que la guerra, aunque sea cierto no implica que los gastos en defensa se minimicen, pues implicaría un despropósito que nadie, ni los más entusiastas con el acuerdo, podríamos aprobar, sin poner en riesgo la estabilidad institucional del país.

La segunda respuesta es la ilusión de que la ayuda internacional será suficiente para afrontar el reto. Como dije, esa no es sino una ilusión. Claro que los diferentes países del mundo que ven con entusiasmo y expectativa la posibilidad de acabar con un conflicto de más de medio siglo, van a hacer donaciones importantes, pero creer que ellos asumirán los costos que nos deja esta guerra absurda no es cierto. La reconstrucción del sector agropecuario, absolutamente golpeado tanto por la guerra como por las políticas neoliberales, es tarea de varios lustros y de ingentes esfuerzos de recursos económicos que, dadas las aulagas macroeconómicas, no se vislumbran en el futuro próximo, si se mantienen los paradigmas de la regla fiscal y del Emisor.

Similar situación se presenta con la reconstrucción del tejido social de los territorios donde se ha perpetrado la guerra. Sus economías, basadas en narco-cultivos o en minería ilegal, han generado una estructura social donde no existe la confianza y donde impera la ley del más fuerte. En esos territorios la apuesta implica la creación de una sociedad civil que entienda y acepte que la ley y la Constitución es el marco en el que todos podemos jugar, sabiendo que nadie tiene el derecho de violar las normas acordadas. Implica una justicia que funcione y sea capaz de hacer respetar los derechos de todos. Es un proceso de creación de confianza en el que ninguno puede hacer trampa. Esa sociedad civil no existe y su creación implica procesos pedagógicos, dentro y fuera de las aulas, cuyos costos no están apropiados en las cuentas de los macroeconomistas gubernamentales.

Si se piensa en la reintegración de los excombatientes, la situación es que sus costos no se han apropiado. En síntesis, las definiciones macroeconómicas se están tomando en función de una economía formal, para dar tranquilidad al gran capital, como si estuviéramos en un país con absoluta Paz. Planeación Nacional hace cuentas alegres sobre el crecimiento derivado de la Paz y nos proyecta que producirá en el mediano y largo plazos crecimiento de hasta 3% del PIB. Pero eso será en el largo plazo.

Pero en el corto plazo, en el aquí y ahora, seguimos preguntando: ¿cómo se va a pagar los costos de los Acuerdos de La Habana? De su respuesta, ha de depender cuan consolidado sea el tránsito a la Paz.

Comentarios