Santofimio, lecciones de vida

El epílogo del periplo político del exsenador Alberto Santofimio Botero, más que patético, es dramático.

No sólo porque deberá cumplir una larga condena judicial ya entrado en la madurez, lo cual para cualquier ser humano resulta terrible, sino porque para esta época debería ostentar la condición de expresidente de la República y tener el patriótico placer de ejercer como tal, rodeado del aprecio y del respeto de muchos de sus conciudadanos y seguidores. En su lugar pasará a la historia como el hombre que predeterminó el asesinato de Luis Carlos Galán, uno de los líderes políticos más queridos y venerados de las actuales generaciones.

Sin duda alguna este episodio judicial marcará un hito en la historia colombiana. En este país siempre se ha dicho que la justicia es para los de ruana, algo que ya no será exacto afirmar, pues estamos en presencia de un hombre que tuvo enorme influencia política y social. Pero Colombia ha avanzado mucho en el campo judicial aunque la administración de justicia tenga aún protuberantes lunares, de corrupción principalmente. El mito que queda en pie ahora es aquel que reza que la justicia cojea pero llega, al fin y al cabo en este caso se tardó 22 años.

El caso de Santofimio entraña varias lecciones, entre ellas la de que no todo vale, que hay cosas que no pueden hacerse y que antes es preferible renunciar a la ambición política. En síntesis, que hay límites, fronteras que son infranqueables so pena de recibir severas consecuencias. Santofimio terminó compartiendo mesa y en francachela con algunos de los mayores exponentes del crimen organizado, movido por el afán de obtener su apoyo económico y así llegar al poder. Fue una pésima decisión que terminó arruinando su carrera política y su vida y, lo que es peor, satanizando para siempre a su propia estirpe, para la cual será muy difícil incursionar en la vida pública pues llevará encima el estigma de su apellido.
    Â¿Cómo pudo Santofimio llegar a hacer cuanto hizo? Puede haber muchas explicaciones pero una de ellas es que el poder embriaga, obnubila, enceguece y distorsiona la realidad. Se dice que cuando los dioses quieren destruir a alguien le dan poder. Pues bien, a Santofimio se lo dieron casi todo. En el Tolima llegó a tenerlo en grado tal que criticarle era casi un delito penalizado con el ostracismo. Era casi un Dios, ni las hojas de los árboles podían moverse sin su consentimiento; un capítulo nefasto para la historia regional, cuyos efectos aún perduran, pues quedaron legados en un estilo político pernicioso que ha logrado reproducirse, mantenerse y casi perpetuarse. Pasarán muchas lunas antes de que esta escuela sea derrotada y superada. Para ello se requerirá de una auténtica revolución cultural, de un cambio de paradigma, y de una redefinición del dilema coyuntural de Echandía respecto a la finalidad del poder.

El poder no es para satisfacer vanidades ni para el enriquecimiento propio o de terceros. Es para ponerlo al servicio de unas ideas, para viabilizar un proyecto político, una idea de sociedad y de estado. Lo demás es oropel. Nirvanas de papel que se convierten en infiernos dantescos. Santofimio, sin proponérselo, ha escrito todo un tratado sobre lo que no se debe hacer en política; su experiencia es una auténtica lección de vida que habría que tener en cuenta. Sus antiguos compinches están casi todos muertos, presos o extraditados y él pasará los últimos años de su vida en la soledad de una celda, en donde ojalá tenga espacio para meditar y reflexionar y, por qué no, para el arrepentimiento, que es también muy importante.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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