Colombia: Sinfonía en Gris Mayor

Cuando la realidad es tan contundente y los hechos no dejan resquicios para escapar, la poesía se convierte en el único refugio y acudimos a ella para borrar los sinsabores de la existencia.

Cuando la realidad es tan contundente y los hechos no dejan resquicios para escapar, la poesía se convierte en el único refugio y acudimos a ella para borrar los sinsabores de la existencia. 

Eso intenté hacer el lunes pasado cuando me enteré del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y como todavía tengo nostalgias patrioteras y me duelen los “callos” ante la injusticia, me entré a mi modesta biblioteca y tomé la primera obra que se me insinuó. 

Era un libro de poemas y busqué al azar dos versos que me estremecieran y sus veinticuatro sílabas me golpearon en pleno rostro:

El mar como un vasto cristal azogado Refleja la lámina de un cielo de cinc;

Necesité fuerzas para reponerme e intentar explicarme por qué precisamente tenían que ser esos versos los encontrados al azar, los que revivían ahora la causa de mi dolor, pues esa imagen me recordaba las tardes de mi último viaje a Santa Marta en medio del invierno. 

Detuve mi lectura y di un salto hasta alcanzar la tercera estrofa, la cual esperaba me hablara de otra cosa que me hiciera olvidar la nostalgia de los setenta y cinco mil kilómetros perdidos de mar Caribe.

Las ondas que mueven su vientre de plomoDebajo del muelle parecen gemir

Pero no fue así, por el contrario, sentí que nos habían despojado, nos habían quitado en los estrados judiciales, lo que habíamos ganado en la lucha cotidiana por habitar estos espacios en cuyo vientre no solo está el plomo, sino también el petróleo, los corales y los cardúmenes que pasarán a redes foráneas. Entonces experimenté rabia, una furia incontenida, un amago de llanto varonil y hasta un juramento de luchar hasta las últimas consecuencias por rescatar el pasado. 

Mi espíritu de pacifista me hizo calmar un poco. Enemigo de la guerra y combatiente del diálogo, no tuve más alternativa que pensar en otras cosas, liberarme por unos minutos de las coincidencias temáticas y disfrutar tal vez del cromatismo, de las analogías y metáforas, de ese ritmo como un lento vaivén de bergantín avejentado. Decidí darle una última oportunidad al poema y nervioso busque otros dos versos:

Parece que un suave y enorme esfuminoDel curvo horizonte borrara el confín.

Y se difumina el paisaje, desaparecen los alcatraces, el sol echa a correr raudo para esconderse entre las montañas vecinas y cierro con enojo el libro que antes que entretenerme, me sigue hablando de esa extensión acuosa que acabamos de perder los colombianos.

Antes de arrojar el libro miro soslayadamente la carátula y me encuentro con el nombre de su autor: Rubén Darío, poeta nicaragüense.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT

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