Hoy cuando en el país y en la región los indicadores nos muestran una crisis social y económica de grandes magnitudes, se escuchan voces de diferentes sectores pontificando sobre conceptos como reinvención mental, reactivación económica, concertación público privada, adaptación, descentralización y otros tantos planteamientos teóricos, filosóficos y conceptuales

En la época de la colonia y hasta el siglo antepasado la iglesia del Tolima estuvo gobernada por la arquidiócesis de Santa fe de Bogotá. El Pontífice León XIII creó la Diócesis de Garzón e Ibagué el 20 de mayo de 1900.

El día 30 de junio en Colombia se reportaron 2.803 nuevos casos de Covid-19 para un total de 9.7846 personas infectadas y 3.445 muertes; sin embargo, aún no se ha llegado al pico de la curva. En la misma fecha, el Dane reportó que la tasa de desempleo en el mes de mayo a nivel nacional llegó al 21,4%, siendo de 18,6% en hombres y 25,4% en mujeres.

Hay una famosa canción de rock ochentera, El baile de los que sobran, que narra con buena chispa las diferencias de clase existentes entre la juventud de aquella época. Su mensaje reivindicativo atravesó edades y segmentos sociales, y hoy creemos que sigue vigente, con una disparidad más (¿acaso la raíz de todas?): la desigualdad política, social y económica de los sexos.

La discriminación durante la pandemia, por ser adulto mayor, encerrándolos con la finalidad de proteger la economía y el sistema sanitario, la hizo evidente el actual Vicegobernador de Texas, Patrick, pidiéndoles que se sacrificaran para salvar la economía y no paralizar el país (Marzo 2020).

Cualquier colombiano tiene el derecho a hacer seguimiento a la ejecución de los Planes de Desarrollo (Municipal, departamental o nacional) al tratarse de recursos y bienes públicos.
Dicha facultad está reglamentada en cuatro artículos de nuestra Constitución y alrededor de 18 leyes relacionadas. Así las cosas, permitir el control a la gestión pública no es un “favor” del gobernante hacia la comunidad, sino el cumplimiento con su deber.

Basta con detenerse un poco a analizar los más recientes sucesos ocurridos en nuestro país, para que sea absolutamente inevitable traer a la mente aquel pasaje bíblico que nos relata lo inverosímil del comportamiento social ante circunstancias, que aunque contraevidentes a la luz de la razón, resultan ser resueltas a partir de la emoción y lo pasional del momento.

El coronavirus nos confinó y nos obligó a desarrollar las diferentes actividades relacionadas con el quehacer de la sociedad desde los hogares en compañía de la familia y en espacios improvisados como oficinas, dado que ningún apartamento o casa tiene dentro de su diseño arquitectónico un lugar previsto para atender las tareas y actividades que normalmente se desarrollan en las oficinas de las diferentes organizaciones empresariales.

El coronavirus nos confinó y nos obligó a desarrollar las diferentes actividades relacionadas con el quehacer de la sociedad desde los hogares en compañía de la familia y en espacios improvisados como oficinas, dado que ningún apartamento o casa tiene dentro de su diseño arquitectónico un lugar previsto para atender las tareas y actividades que normalmente se desarrollan en las oficinas de las diferentes organizaciones empresariales.

Hay tantos casos de violación de derechos humanos, de desaparición de líderes sociales, de procesos de corrupción que no avanzan, de mandatarios elegidos por medio de compra de votos, testigos curiosamente envenenados con cianuro, altos funcionarios del Estado con vínculos cercanos a narcotraficantes, que uno se mueve entre la desesperanza, el miedo, la impotencia y la sensación de no futuro. Quiero comentar algunos casos.