Los influyentes

Alberto Bejarano Ávila

Por estar casi sellado el concubinato entre venalidad y estulticia, el Tolima, así parece, podría sufrir su atraso de por vida y solo queda leve esperanza para evitarlo. Por su inclemencia el atraso tolimense es innegable, pero igual parece imposible un acuerdo para superarlo y por ello debemos saber de dónde, cómo y cuándo emergió ese conservadurismo retrógrado que ve en el progresismo al mismísimo diablo.
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Pienso que esa jurásica mentalidad no tiene raíces pijaos, pues la historia cuenta que los altivos pijaos lucharon a muerte contra el vasallaje; la respuesta podría radicar entonces en la época colonial, que concedió “señoríos y linajes” a criollos sumisos a una monarquía que los convirtió en “gente de bien” (resentido o indio me dirán) que, para parecer, más no para ser, exudan un tardío talante clasista y elitista que les impide ser promotores o coequiperos de un acuerdo tolimense para construir mejor futuro.

Lo anterior es solo un atisbo a la que podría ser una teoría sobre la decadencia tolimense o al porqué la “clase influyente” no influye o influye regresivamente para negar el progresismo que amenazaría su rancio elitismo y por ello acaba siendo sostén de aquel concubinato entre venalidad y majadería que solemos definir como politiquería, o igual, transige con el saqueo de lo público pero no con un progresismo que, bajo la identidad tolimensista, aúne energías para construir un Tolima ilustrado y moderno. Así como el espíritu emprendedor antioqueño tendría origen vasco, el costeño “turco” y el de los altiplanos en el ancestro precolombino, el talante tolimense, eso creo, seria atavismo colonial que imposibilita crear una prospectiva moderna y usa, como “idioma de genuina política”, conceptos engañabobos de un mediocre funcionalismo que nos atrapa en una vorágine de pequeñeces, exclusiones y desilusiones.

 Aclaro lo de mediocre y sofístico funcionalismo diciendo que la subcultura política tolimense impide que “los influyentes” vean el futuro desde la perspectiva de valores éticos y estéticos, del desarrollo industrial y agroindustrial, del avance científico, de la prosperidad económica endógena e incluyente, de genuina democracia regionalista, de grandes infraestructuras, de eximia convivencia y satisfacción ciudadana, de investigación aplicada y más expresiones de auténtica modernidad. Y justamente es subcultura política porque el cénit de la gobernanza, un ejemplo, es el pavimento de calles y digo que mediocre y engañabobos, porque se ocupa del parcheo y no de la totalidad; igual ocurre con semáforos, movilidad, servicios públicos y más equipamientos, cuya vastedad y calidad solo vemos en regiones progresistas y, por ello, se atiza el atraso al ensalzar gamonalatos y gobernanzas cositeras y sin visión de futuro que buscan “la gloria” aplicando pañitos de agua tibia a las llagas de la imparable decadencia.

Porque sin desarrollo nada grato ocurrirá y porque el atraso incuba en pobres mentalidades, los “influyentes” tienen que ser progresistas y, para hacerlo viable, historiadores y científicos sociales, deben revelar por qué la razón tolimense se detuvo en el pasado feudal. Solo así el Tolima aboliría la mediocre jerga embaucadora y superaría tantos engaños y de

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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