¿Dice usted que faltan líderes?

Carmen Inés Cruz Betancourt

Es lugar común decir que ‘hacen falta líderes’; que eran otros tiempos cuando el país tenía verdaderos líderes y que es imperativo formar nuevos líderes. Sobre este planteamiento importa precisar que quienes así se expresan no quieran significar que añoran el surgimiento de mesías, gamonales o caciques, que definan, dirijan y resuelvan todo. Esto, porque hay quienes entienden el liderazgo como un comportamiento y actitud reservados a unos pocos, que cuando reciben tal reconocimiento se tiende a rodearles con fanatismo y luego a dejarles casi solos tomando decisiones sin el acompañamiento indispensable para que opere como un ejercicio colegiado y no conduzca a la personificación en alguien que podría envanecerse, crecer su ego y finalmente actuar con autoritarismo y deseo de perpetuarse, lo cual es absolutamente indeseable en cualquier circunstancia.
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Mucho tendríamos que decir sobre líderes y liderazgo, pero este no es el espacio, lo que sí cabe destacar es que ejercer liderazgo, en nuestro entorno, suele tener implicaciones serias y, en ciertos campos inclusive puede generar un alto costo personal, social y a veces político y económico. La razón es que en la medida en que son quienes asumen la vocería para plantear propuestas innovadoras o reivindicatorias, presentar quejas y reclamos por atropellos, abusos y agresiones, puede determinar que los beneficiarios de statu quo y los responsables de tales desmanes respondan con agresividad y hasta con violencia. Es cuanto hemos vivido en Colombia, donde se registran numerosos líderes acribillados por sus propuestas para incidir en la política, economía, en defensa de los derechos humanos, recursos naturales y poblaciones vulnerables.

De hecho, hemos conocido horrorizados el informe entregado por la Comisión de la ONU a la Corte Constitucional el 28 de abril-2022, durante la audiencia pública sobre medidas de protección para la población líder y defensora de derechos humanos, que evidencia el aumento de asesinatos selectivos tras la firma del Acuerdo de Paz entre las Farc y el Estado en noviembre de 2016, año en que se reportaron 61 homicidios de líderes sociales, 84 el año siguiente, y en 2018 llegó a 115 los asesinatos. De este modo, señala el informe, en los últimos 10 años suman 867 los homicidios de líderes y defensores de derechos humanos. Entonces, es válido afirmar que esos líderes hacen falta, mucha falta. Es evidente, entonces, que el ejercicio del liderazgo en Colombia implica alto riesgo para muchos. Un hecho que debilita la capacidad organizativa de las comunidades, la denuncia y resistencia frente a los atropellos de quienes han acumulado poder político y económico y también de actores armados que quieren controlar sus territorios. En ese contexto es comprensible que personas, aún con capacidad de ejercer valioso liderazgo prefieran mantener un bajo perfil como estrategia para sobrevivir ellos y sus familias. No se trata entonces de que no haya personas con habilidades de liderazgo y disposición para servir, es que el entorno intimida porque los riesgos son ciertos.

Por supuesto, es indispensable desarrollar y fortalecer el liderazgo entre nuestros jóvenes, esfuerzo en el que están comprometidas diversas organizaciones, entendiendo que el potencial está en casi toda persona y puede desarrollarse si encuentra los estímulos pertinentes, si la dirigencia, los padres, maestros y comunidad lo propician y dan ejemplo de ello; si eso no se da, aquel potencial permanecerá dormido, sin desarrollar. En consecuencia, es crucial que trabajemos por la transformación del país para lograr que el ejercicio de un liderazgo comprometido con el desarrollo, la equidad, la justicia y el bienestar, sea una posibilidad para muchos y en todos los campos del quehacer humano.

Carmen Inés Cruz Betancourt

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