Morir de hambre

Carmen Inés Cruz Betancourt

Difícil imaginar dolor más grande que el de unos padres que escuchan día tras día a sus hijos diciendo: “tengo hambre”, sin tener nada para ofrecerles, y finalmente verles morir. Un proceso lento que conlleva enorme deterioro físico, mental y emocional, en los niños y sus familias.
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En este marco, resulta estremecedor el reporte: “El hambre acecha” de Ricardo Ávila (El Tiempo. 20-05-2022 pg.1.31) en el que cita el Informe Anual del Programa Mundial de Alimentos que señaló: “en 2021 cerca de 193 millones de personas en 53 países estaban experimentando inseguridad alimentaria aguda, un alza del 22% frente al año anterior, y otros 236 millones requirieron ayudas para evitar un retroceso mayor”. 

 Semejante tragedia no sucede solo en países lejanos, también en Colombia. Es así como antes de la pandemia más de 560.000 niños presentaban desnutrición crónica y en 2021 más de 100 niños murieron por esa razón; y se conoce que en lo corrido del 2022 en la Guajira murieron por desnutrición 21 niños, con la certeza de que hay subregistro y son cifras que seguirán creciendo. A su vez, la última Encuesta Pulso Social del DANE identifica entornos donde solo el 45% de los hogares logran consumir tres comidas diarias. Resulta así que aquellos padres literalmente no tienen cómo mitigar el hambre de sus hijos, y vale destacar que en dichos contextos son numerosos los casos de “madres cabeza de familia” con varios hijos y abandonados por los padres. 

Agrava la situación, que las escuelas y colegios no siempre son opción de algún alimento para los niños porque el Programa de Alimentación Escolar -PAE- no llega, o el suministro alimentario es deficiente debido a la corrupción incrustada en él.  Se agudiza también porque, como lo anota Indalecio Dangond en su columna “La Crisis de los Alimentos” (El Nuevo Día 23-05-2022 pg. A7), frente a tan grave problema hay desatención del gobierno que hubiera podido tomar medidas viables y urgentes porque el problema se conoce y se viene padeciendo desde tiempo atrás. Y penosamente ocurre en un país con gran potencial agrícola y enorme biodiversidad.

 Para completar, como lo señala la Red de Bancos de Alimentos, los aportes que reciben han disminuido; y según reporte realizado por la Red y la ANDI, cerca de 21 millones de colombianos tienen dificultades para comprar comida, y otros comen un día sí, y otro día no. Se agrega que el precio de los alimentos se incrementa en forma desbordada, mientras los padres no encuentran trabajo ni ingreso alguno; acaso su única opción es vender dulces en una esquina, pedir limosna o prostituirse, pero en esas actividades la competencia es tanta que no resuelven nada. También pensarán en acudir a la delincuencia, con la angustia de que si son capturados, sus hijos quedan solos o se los lleva el ICBF. Dolorosamente, la noticia de niños que mueren por inanición en Colombia y los estudios que afirman que “Los niños con desnutrición crónica van a tener 14 puntos menos de coeficiente intelectual, 5 años menos de escolaridad y 54% menos ingresos”, poco interesan a quienes tienen la responsabilidad e instrumentos para resolver tan graves problemas.

La extrema inequidad social, la pobreza, hambre y desempleo que vivimos son problemas que se han agudizado hasta niveles insoportables. Por tanto, el próximo Presidente tendrá que atenderlos con alta prioridad y actuar con dinamismo, inteligencia y prudencia. Un desafío que esperamos asuma de la mejor manera posible, acompañado por equipos de especialistas eficientes y honestos a toda prueba, y el apoyo solidario de la ciudadanía. 

 

CARMEN INÉS CRUZ

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