Más lejos de Bogotá

Carmen Inés Cruz Betancourt

Hasta hace pocos años solíamos decir que recorrer los 193 kilómetros que separan a Ibagué de Bogotá, aún pasando por la congestionada Soacha, tomaba entre tres y media y cuatro horas. Agregábamos que era un recorrido seguro, grato y por buena carretera. Todos ellos argumentos importantes para sustentar el creciente turismo procedente de la capital y el interés de mucha gente, que aburrida con el caos de Bogotá buscaba una ciudad de clima amable, cercana a la capital, a su familia que permanecía allí y a los servicios especializados que ofrece.
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Transcurridos pocos años, con desolación hoy observamos que recorrer el mismo trayecto puede llevar hasta el doble de tiempo. Es así como un viaje realizado la semana anterior, saliendo a las 6:00 am de Ibagué, en un buen auto, tomó seis horas por la vía de la Mesa, que funcionó muy bien hasta dicha población, pero de allí en adelante todo cambió, el tránsito se tornó muy lento por el gran número de camiones, tractomulas y grandes buses, agregado a varios tramos donde ejecutan reparaciones y ampliación de la vía, que implicaban contraflujos, más un accidente en inmediaciones de Fontibón, con muerte de un motociclista y múltiples ambulancias circulando. 

El regreso fue peor. El conductor explicó que la vía de La Mesa era preferible en la mañana si se viaja Ibagué-Bogotá pero en la tarde esa ruta era insufrible y resultaba mejor transitar por Soacha, y así se hizo. La salida desde inmediaciones de Unicentro fue a las 2:00 pm y el arribo a Ibagué a las 10:00 pm. Ocho horas …

¡¡¡Increíble !!!, pero así fue. En esta ocasión fue el tráfico por la carrera 30 y el paso por Bosa y Soacha, sobrecargado de camiones, furgones, tractomulas, buses, motos y mototaxis. A ello se sumaron, de nuevo,  los trayectos en obra por reparaciones y ampliación de vías, los tramos en contraflujo y dos accidentes que implicaron paradas de 20 y 30 minutos. 

Con sarcasmo el conductor anotó que era afortunado no haber encontrado “plantones” reclamando por el incremento en el valor de la gasolina, del diesel, de peajes y pasajes. Nada qué hacer, solo tomarlo con calma y entender que esa situación  puede prolongarse por varios años y empeorar porque las obras toman tiempo y los incrementos continuarán. Y si se buscan alternativas no se encuentran porque la vía aérea resulta inalcanzable para la mayoría por el altísimo costo del pasaje y las pocas frecuencias que se ofrecen entre las dos ciudades.

En las condiciones anotadas se reduce la ilusión sobre el potencial del turismo hacia la Ciudad Musical y su beneficiosa incidencia en la economía. Más aún, cabe anotar que precisamente esas circunstancias explican el cierre de muchos  negocios establecidos a lo largo de la carretera, porque en medio de los trancones pocos se animan a parar, y si lo hacen es solo para atender la urgencia de ir al baño y rápidamente retomar el camino.

Frente a ello, poco se puede hacer porque se trata de vías cuyo mantenimiento y ampliación corresponden a la nación y dependen de las negociaciones con las empresas concesionarias, mientras las regiones padecen las consecuencias de la deplorable planificación de dichos trabajos. No obstante, sí compete a la dirigencia regional presionar a los entes competentes para que los trabajos avancen con mayor agilidad y mejor planificación, y para que la vía aérea ofrezca opciones razonables, porque es sobreevidente que todo ello impacta muy negativamente la economía regional y nacional, su competitividad, el comercio, el costo de vida y muchas otras dimensiones del quehacer.

CARMEN INÉS CRUZ

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