Merlano y la falacia del poder

Desde hace ya bastantes siglos, la teoría política que mayores adeptos ha sabido ganarse es aquella defensora del Estado nacido como resultado de un gran contrato social entre sus habitantes

Quienes hartos de la incertidumbre emergida de la ley del más fuerte que el estado de naturaleza original trae consigo, ceden parte de su libertad a un cuerpo moral y colectivo compuesto por todos, el cual les brinda la tan anhelada seguridad que les hace falta.

Dentro de este entramado, los contractualistas encuentran necesario no sólo un líder que les guíe como cabeza del neonato Estado, sino también un conglomerado de hombres notables que dicten las reglas rectoras de todo el pueblo.

Ellos desempeñan una función tan compleja que, según el mismo Rousseau, se requerirían dioses para llevarla a cabo, pues debe el legislador conocer todas las pasiones humanas sin experimentar ninguna para no perturbar su objetividad.     Al no contar en Colombia con esa ayuda divina, nos hemos visto obligados a echar mano de nuestros distinguidos Senadores, en un intento esperanzado por hallar en su consenso la inteligencia superior que la Nación requiere para regularse.

Infortunadamente, estos presupuestos básicos de la democracia han sido malversados y el bochornoso incidente del Senador Eduardo Merlano es el ejemplo por excelencia de ello.

Por alguna extraña razón, en el país hemos caído en la falacia del poder que pregona por la superioridad de los Senadores frente a la gente del común.

No tengo claro en qué momento sucedió, pero existe la ilusión de que ocupar una curul en la casa de la democracia inmediatamente asciende a su investido en la pirámide evolutiva y lo pone en un pedestal sublime que le separa del vulgo de mortales que votaron por él y de dónde él surgió.

Eso es lo que creen muchos Senadores quienes, al igual que el Dr. Merlano, ven su función como una irresistible patente de corso, salvo algunos dignos próceres que tienen claras las cláusulas del contrato social y su responsabilidad como hacedores de leyes.

A Colombia se le olvidó que los Senadores están allí para servirnos a usted amigo lector, a mí, a su vecino y a todos los demás colombianos anónimos que no tenemos escoltas ni camionetas blindadas.

Somos nosotros sus jefes directos y ellos nuestros subordinados, no al contrario, pues es por la gente de a pie que ellos están donde se encuentran, ellos deben rendirnos las cuentas a nosotros.

Desmotiva, entonces, que el Senador Merlano esgrima orgulloso y a bocajarro sus 50 mil votos para no hacerse un control de alcoholemia, ya que estoy seguro que ninguno de esos electores votó por él esperando tal comportamiento de la persona en la que confiaron su representación.

Debe erradicarse la soberbia y pedantería legislativa que campea en el congreso, alimentada tristemente por los mismos ciudadanos en muchas ocasiones.

Sólo así no volveremos a ver un Senador diciendo “Usted no sabe quién soy yo” y entenderán definitivamente lo que Rousseau siempre tuvo claro: Que ellos no saben quiénes somos nosotros.

Credito
Fuad Gonzalo Chacón

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