Antes del fin

Dejemos algo claro: El mundo no se va a acabar, o bueno, por lo menos no este 21 de diciembre, pero pensemos por un momento qué pasaría si sí. Qué sucedería si los Mayas tenían razón, contra todo pronóstico, y cada melancólico segundo que se consume nos empuja hacia un eventual Armagedón global.

Dejemos algo claro: El mundo no se va a acabar, o bueno, por lo menos no este 21 de diciembre, pero pensemos por un momento qué pasaría si sí. Qué sucedería si los Mayas tenían razón, contra todo pronóstico, y cada melancólico segundo que se consume nos empuja hacia un eventual Armagedón global. 

Sin lugar a dudas nuestras vidas serían muy distintas si tuviéramos los días contados y la profecía de esta antigua civilización mutara de chisme de conspiradores a informe de científicos. 

En aquel remoto instante donde ya no hay esperanza para un resignado futuro, nuestra perspectiva cambia y solamente lo realmente importante permanece. 

Toda la bruma de las cotidianas preocupaciones superfluas que nos distraen en pequeñeces se desvanece y nuevamente recuperamos las prioridades que dejamos escapar. Muchas preguntas surgirían, pero ya sólo tendría sentido hacerse una: 

¿Valió la pena vivir?

Si el fin del mundo llegara el próximo viernes, como los amantes de la teoría del caos siguen creyendo, no se justificaría seguir con ese trabajo que no nos gusta, pero por el cual nos pagan bien. 

Seguramente nos arrepentiríamos de haber cambiado lo que realmente nos habría gustado hacer por una existencia entera de monotonía y sopor que se vio recompensada con una presunta estabilidad económica.

Si estuviéramos ad portas de la hora cero del Apocalipsis, haríamos las paces con nuestro pasado a contrarreloj y se desbarataría todo ese orgullo que nos impidió llamar a un padre olvidado o visitar a una madre rezagada por la edad. Correríamos a contactar a ese hermano con el que siempre rivalizamos y condenamos al silencio de los años, pero que en el fondo nunca dejamos de necesitar.

Por fin haríamos ese viaje soñado que constantemente aplazamos y aplazamos tras ridículas excusas que ni nosotros creíamos completamente. Aprenderíamos ese idioma que eternamente quisimos entender, tocaríamos ese instrumento que despertaba nuestra curiosidad, leeríamos ese libro por el cual nunca vimos la película o veríamos esa película por la cual nunca leímos el libro.

Si un cataclismo cósmico se cerniera sobre nuestras cabezas, buscaríamos de nuevo a esa persona especial que nunca pudimos dejar de querer y le haríamos saber lo que significa para nosotros. 

Estaríamos a un “Hola, aún te amo” de distancia de bailar una última canción con ella mientras el mundo vuela en átomos a nuestro alrededor. Daríamos el beso de despedida que siempre añoramos tras tantas noches perdidas.

Qué bueno sería vivir los días que nos quedan antes del fin del mundo como si fueran el fin mismo. Dejando de creer en la falsa inmortalidad que la supervivencia a anteriores profecías nos ha sembrado, y por fin no perder más el tiempo que no tenemos con las personas que no son haciendo lo que no queremos. Algún día no habrá mañana y por ello no podemos confiarnos hoy.

Obiter Dictum: Chávez ha reconocido por primera vez la fragilidad de su propia humanidad y ha nombrado a Nicolás Maduro como su eventual sucesor, definitivamente no hay mal que dure 100 años ni pueblo que lo resista.

Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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