Derechos violentados

Juan Carlos Aguiar

La imagen de la rodilla derecha del policía de Minneapolis Dereck Chauvin sobre la cabeza del afroamericano George Floyd es totalmente perturbadora.
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El cuello y el rostro del hombre de 46 años quedan contra el pavimento, presionados por el peso de Chauvin. La grabación de alrededor de 10 minutos registra el clamor desesperado de Floyd: “por favor, por favor, no puedo respirar” —grita mientras busca ese oxígeno que parece tan esquivo en esta época de pandemia—. La diferencia es que el aire no se lo arrebataba el virus del que tanto nos escondemos, sino un oficial que porta el arma y el uniforme que le provee la ley para proteger la constitución y la vida. ¡Que paradoja tan grande!

De nada sirvieron los gritos y mucho menos alteraron a los tres uniformados que estaban con Chauvin. Mientras dos de ellos ayudaban a inmovilizar al detenido, que ya tenía sus manos esposadas en la espalda, el tercero servía de espectador y trataba de alejar a la mujer que grababa la escena con su celular. Floyd agonizó allí, bajo la mirada de testigos que manifestaron su rechazo a lo que parecía un total abuso de fuerza y poder. Finalmente murió en el hospital adonde fue trasladado. Las manifestaciones de rechazo no se hicieron esperar. Miles de personas salieron a las calles en esta ciudad de Minnesota, en el norte de Estados Unidos. Bloquearon vías, atacaron agentes, saquearon el comercio y hasta incendiaron una estación de policía, cuyos guardias no pudieron contener a la turba enardecida.

La reacción de la fuerza de la ley no se hizo esperar. Los compañeros del oficial Chauvin, tratando de controlar la situación caótica, salieron protegidos con sus armas y escudos e incluso, en medio de su accionar oficial, detuvieron a un equipo de CNN dirigido por el periodista Omar Jiménez, que fue liberado horas más tarde.

La muerte de Floyd pone sobre la mesa la que parece una eterna discusión en Estados Unidos y es la vulneración de los derechos de las comunidades negras. Las manifestaciones se extendieron a más de 20 ciudades del país, algunas tan importantes como Los Angeles, Chicago, Nueva York, Houston y Washington DC. Varias llegaron acompañadas de agresiones, lo que desencadena otra gran discusión: ¿es válido acudir a la violencia para exigir justicia o el respeto a los derechos fundamentales? Creo que no, pero los seres humanos parecemos destinados a caer en esas trampas que nos pone nuestra propia esencia. Cada vez que estos hechos se repiten, se atenta contra la tranquilidad y especialmente la seguridad de personas inocentes, aparte de que los daños colaterales son millonarios.

Todos, innegablemente todos, tenemos el derecho invaluable de protestar, pero enmarcado en el respeto a la propiedad ajena y a la vida de los demás. De resto no es nada distinto al bandolerismo que obliga a la reacción de las autoridades, lo que incrementa aún más la violencia y esa espiral ascendente de los enfrentamientos toma fuerza sin que podamos adivinar cuándo o dónde se detendrá.

La libre expresión está contemplada en las constituciones del mundo y debemos ejercerla y protegerla como un derecho fundamental. Lo que no podemos es caer en el juego de unos pocos vándalos que alimentan el odio y solo buscan el caos y la desestabilización. Al final, si la violencia gana, habrá más muertos y la justicia para George Floyd se difuminará en medio de otros hechos igual de repudiables y el dolor y el llanto se extenderá a muchas familias más.

JUAN CARLOS AGUIAR

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