Solidaridad de cuerpo

Juan Carlos Aguiar

Cada palabra de la abogada Natalie Khawam, debió ser para Gloria Guillén como cada golpe de los que habría recibido su hija y con los que al parecer le arrebataron la vida. Según la abogada Khawam, Vanessa Guillen, una joven hispana de 20 años, quien prestaba servicio militar en la base de Fort Hood, en Texas, la más grande de Estados Unidos, fue asesinada con golpes de martillo y su cuerpo desmembrado posteriormente.
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Vanessa, hija de padres mexicanos y nacida en Houston, desapareció el 22 de abril y algunas de sus pertenencias fueron encontradas horas más tarde en el Cuarto de Armas de la unidad militar. Restos de un cuerpo, que la familia presume es el de Vanessa, fueron encontrados cerca de un río el 30 de junio en un área hasta donde se había extendido la búsqueda, a 36 kilómetros de donde la vieron por última vez.

Han pasado más de dos meses desde la desaparición de Vanessa y el silencio en las fuerzas militares estadounidenses, alrededor de este caso, ha sido permanente. La propia abogada Khawam ha denunciado el malestar de la familia ante “la falta de respuestas concretas recibidas por parte de las autoridades militares de Fort Hood dentro de la investigación”, según reportó la cadena hispana Univision.

Un soldado, que estaría implicado en los hechos, se suicidó esta semana cuando iba a ser capturado para interrogarlo y, luego, su novia fue arrestada. Esta historia, además de dolorosa suena increíble porque sucede en Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo y donde se cuenta con todas las herramientas tecnológicas para adelantar una investigación rápida y eficaz. Incluso, al momento de escribir esta columna, en la mañana del sábado 4 de julio, no se había confirmado o descartado que los restos hallados pertenecieran a la soldado Guillén.

El silencio al interior de las fuerzas militares, sobre episodios repudiables, parece repetirse en diversos países, incluido el nuestro. El abuso sexual de una niña Embera, por parte de siete soldados, en una comunidad indígena en Risaralda, llevaron a que el propio comandante del ejército, General Eduardo Zapateiro, se viera obligado a informar al país que al menos 118 casos de supuestos abusos sexuales por parte de miembros de las Fuerzas Armadas, están siendo investigados. Todos habrían ocurrido en los últimos cuatro años.

Esta confesión, del alto oficial, llegó luego de la fuerte presión mediática y ciudadana por lo ocurrido a la joven Embera, de lo contrario los militares habrían seguido guardando un vergonzoso silencio. Las Fuerzas Armadas de Colombia son una de las más grandes de América Latina y hoy se encuentran en el ojo del huracán internacional por un escándalo que debió ser manejado de forma efectiva y transparente.

Al igual que parece estar ocurriendo en Estados Unidos con el caso de la soldado Guillén, la mordaza parece estar ajustada con firmeza para evitar que los implicados en hechos violentos y denigrantes cuenten lo sucedido. Nada más perjudicial para la honra y dignidad de instituciones tan respetadas en Colombia, como las Fuerzas Militares, que sacar a relucir una solidaridad de cuerpo que empaña el buen nombre de miles y miles de soldados que con su esfuerzo y sacrificio defienden nuestra libertad. No, señores oficiales del Comando de las Fuerzas Militares de Colombia, el silencio no es el camino, porque si perdemos la fe en los gloriosos portadores de nuestra bandera y de nuestras armas, entonces la esperanza se vendrá al piso y nuestra democracia estará en riesgo.

JUAN CARLOS AGUIAR

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