Perplejidad

En el caso de Sigifredo López no logro entender ni racionalizar nada, si acaso una simpatía preliminar hacia la guerrilla y una posterior traición de ésta. Pero, ¿cómplice de asesinato?

Uno de los aforismos más populares en Colombia es el de ‘aquí todo puede pasar’. Es como si los colombianos hubiésemos perdido la capacidad de asombro, repetimos con Terencio, somos hombres y nada de lo humano nos es extraño. Pero cuando uno cree que ya lo ha visto y escuchado todo, entonces descubre que no, que, en materia de comportamiento humano, todo es posible.

Comienzo por el caso del exdiputado Sigifredo López. No me cabe en la cabeza, mejor dicho, no tiene ni pies ni cabeza. Traicionar a sus amigos, poner a sufrir a sus padres, a su mujer, a sus hijos, automaltratarse el alma y el cuerpo durante casi seis años en la selva, no. No lo entiendo, escapa a toda racionalidad. Si esto llegare a comprobarse, sobrepasaría las fronteras hasta ahora conocidas de la estupidez, la cobardía y la deslealtad humanas. La justicia tiene que ser en extremo prudente al examinar este caso, es mucho lo que está en juego, no se trata sólo de la situación de una persona y de la tragedia de una familia que ha sufrido lo indecible, sino de un desafío para los organismos de inteligencia e investigación del Estado. Los colombianos necesitamos conocer la verdad. No puede haber lugar a equivocaciones, ni a ligerezas. Sólo la verdad.

El año pasado los colombianos fuimos sacudidos con la noticia del par de sacerdotes que en Bogotá habían pagado a sicarios para que les mataran, huyendo de una tragedia personal. Cuando escuché esto, dije para mí: ‘Sí, en efecto, en Colombia todo puede pasar’. Me sumergí durante unos instantes en la piel de los sacerdotes y hubo un momento en que llegué a entender la situación, no a aprobarla, ni a justificarla, pero sí al menos a entenderla. No querían dar la cara a sus superiores, a su comunidad, visualizaron un vía crucis que no podían soportar y en un momento de desequilibrio emocional tomaron la decisión. Terrible, sí, inaceptable, sí, pero entendible. En el caso de Sigifredo López, en cambio, no logro entender ni racionalizar nada, si acaso una simpatía preliminar hacia la guerrilla y una posterior traición de ésta. Pero, ¿cómplice de asesinato?

Y como en materia de comportamiento humano nada nos es extraño, qué tal el triste espectáculo del expresidente Álvaro Uribe tras el atentado al exministro Fernando Londoño en Bogotá, tratando de instrumentalizar políticamente este hecho terrorista para oponerse al marco jurídico para la paz y, de paso, desacreditar al presidente Santos y al Gobierno. Un momento en el que todos los colombianos teníamos la obligación política y moral de cerrar filas al lado del Gobierno y de las instituciones para hacer saber a las extremas de todo signo que el terrorismo no es el camino. Fue una situación de mezquindad política bastante deprimente que deja muy mal parado al expresidente: creo que cada día se entiende menos su comportamiento. Uribe está viviendo una tragedia interna que va más allá de la simple viudez de poder, de la que inicialmente se pensaba. Tiene que haber algo más. Uribe está descolocado. Hay algo que lo atormenta. Su obsesión con Chávez, tildándolo de “asesino”, la falta de respeto para con los venezolanos, interfiriendo en sus asuntos internos, hasta tal punto de que el candidato Enrique Capriles ha manifestado hastío de que lo relacionen con él. Es una situación patética que denota desestabilidad emocional. ¿Tiene todo esto que ver con las declaraciones de Salvatore Mancuso? ¿Teme Uribe verse involucrado en un proceso penal en los Estados Unidos? Busco explicaciones a su comportamiento más reciente y la verdad no las encuentro. Debería proceder como un expresidente. O se comporta como tal o se expone a que lo traten diferente.

Estoy perplejo, pero no creo ser el único.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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