Una crisis que nos afecta

La crisis fue producto de la combinación de una desaforada especulación financiera y de la ilusión de millones de personas de experimentar una prosperidad consumista al debe, aprovechando las bajas tasas de interés.

A pesar de las tendencias proteccionistas y nacionalistas que se advierten en diferentes partes del planeta, a pesar del rebrote xenófobo que se respira en algunos países, y a pesar del empecinamiento de EE.UU. de mantener un orden internacional basado en la figura del Estado Nación, a estas alturas de la historia resulta ya evidente que, para bien y para mal, la globalización llegó para quedarse y es una realidad irreversible que nos cobija a absolutamente a todos.

La crisis financiera desatada en 2007 que sumió a EE.UU. y a Europa en un torbellino económico y social del que aún no logran salir fue una consecuencia, en parte, de la negativa de los gobiernos a reconocer un hecho evidente y tozudo: la globalización. Un resumen apretado y reduccionista nos indica que la crisis fue producto de la combinación de una desaforada especulación financiera y de la ilusión de millones de personas de experimentar una prosperidad consumista al debe, aprovechando las bajas tasas de interés. Hablo de lo que tengo a mano: de España. Los bancos españoles prestaban hasta el 120 por ciento del valor de las viviendas, a tasas del 2.5 por ciento anual. Miles de personas estrenaron no sólo casa, sino también coche y menaje doméstico. Los almacenes de cadena (léase el Corte Inglés) conferían mercancías a crédito de hasta doce meses… sin intereses. Una bonanza que nunca había visto en mi vida. El paraíso consumista.


Pero un día… ¡pum! En EE.UU. estalló la burbuja y aquellos ahorradores y especuladores que creían que era posible vivir sin trabajar, hacerlo sólo de comprar y vender papeles financieros, entraron en pánico y corrieron a deshacerse de ellos, de la noche a la mañana nadie los quería. Entonces los bancos cerraron los créditos, las empresas comenzaron a despedir gente que ya no pudo honrar sus compromisos crediticios y la prosperidad comenzó a derrumbarse como castillo de naipes. Pero vean ustedes cómo son las cosas. En donde más fuerte se han sentido los efectos de esta crisis ha sido en Pereira. Sí, Pereira (Risaralda), que también por esos días vivió una época de esplendor y de prosperidad gracias a los millones de dólares que enviaban a sus familias los colombianos desde España y EEUU, básicamente. Así, comenzamos a entender mejor la globalización, a través del costado más doloroso y negativo: el desempleo.


Ahora bien, la crisis española puede terminar de afectar no sólo a los migrantes colombianos allí y a sus familias. Hay que ir más despacio. Puede impactarnos a todos. España se ha venido convirtiendo en un importante comprador de productos colombianos. En abril pasado, Estados Unidos fue el principal comprador, con una participación de 39.9 por ciento del valor total exportado, seguido por España (6.1 por ciento), China (4.4), Chile (4.9), Venezuela (4.1) y Ecuador (tres por ciento). Examinado un período de un año, se tiene que China es el segundo y España el tercer destino de nuestras exportaciones, lo que nos indica la importancia que tiene ese país para nuestra economía. Esa crisis pues no nos es ajena. Si España termina de joderse las repercusiones se sentirán por estos confines. No sólo porque golpeará más a nuestros migrantes y a sus familias, que tendrán que regresar a Colombia o migrar a otros países en busca de empleo, sino también por nuestras exportaciones. La globalización es una realidad pura y dura.


Para completar, la devaluación del dólar y el euro harán menos competitivas nuestras exportaciones y podría presentarse un rebrote de desempleo en Colombia. El Gobierno debe prepararse para este escenario. Podemos estar ante una situación inédita. Hay que ponerle mucho cuidado. Ahora todos viajamos en la misma barca. La crisis española puede golpearnos muy seriamente.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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