La guerra perpetua

Lo que hay que hacer son carreteras y programas de desarrollo orientados a ganarse la gente. Garantizar transparencia electoral para que lleguen a la administración ciudadanos probos que no se roben el presupuesto.

Comienzo preguntando: ¿Existe deterioro de la seguridad en el país? La respuesta es sí y no. Sí, a juzgar por los hechos de guerra de Arauca, Casanare, Cauca y Putumayo, principalmente. No, si tenemos en cuenta que el orden público en esos departamentos es tan malo como hace uno, dos, cinco o 10 años, con lo cual no es correcto hablar de deterioro. El problema es más complejo.

La principal dificultad para analizar la situación es que el debate está intoxicado por la pelea de Uribe con Santos. Uribe y sus parciales insisten en que hay deterioro porque así, supuestamente, reivindican su obra de gobierno. Están instrumentalizando la situación con fines politiqueros. En realidad lo que hacen es una canallada, no con Santos, con el país. El Gobierno está fracasando en estas zonas no porque haya abandonado la seguridad democrática de Uribe, sino por persistir en ella. Si, así como suena. Uribe fracasó en Arauca, como fracasó en Casanare, Cauca y Putumayo, allí aplicó la misma receta que fue exitosa en Cundinamarca. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Dar un tratamiento militar a un problema que tiene elementos políticos, económicos, sociales e idiosincráticos es un error. Por eso la guerra nunca se ha ganado en esas regiones, donde el sentimiento de abandono y orfandad es proverbial.


La obsesión belicista del uribismo, que tiene ribetes patológicos, cree que la solución es más plomo, ahí se está sacrificando a las fuerzas militares. Si se quiere ganar militarmente la guerra, éstas tendrían que exterminar poblaciones enteras que el Estado no ha logrado ganarse ni sus mentes ni sus corazones. Uribe elevó el gasto en seguridad y defensa al 4.6 del PIB, la cifra más alta de toda la historia; recuerden, además, que en julio de 2003 se fue a gobernar desde Arauca, recuerden también que metió presos a centenares de personas con la legislación de guerra para las zonas de rehabilitación. ¿Y qué? Nada. Ahí sigue la guerra. Lo que estamos viendo es consecuencia de una política equivocada. Repito: Santos está fracasando en estas zonas no porque haya cambiado la política de Uribe, sino por persistir en ella. Y la responsabilidad no es de los militares, que se limitan a cumplir las órdenes, es del diseño de la política.


El ELN, que lleva casi dos décadas de agonía, celebró 48 años de existencia el pasado 4 de julio y se dio el lujo de decretar un paro armado regional que incluyó a Casanare. Y la situación en el Cauca es similar. Por eso se han rebelado los paeces y piden la desmilitarización de sus territorios; la visita de Santos y de sus ministros no los convenció de cambiar su postura. Ellos saben, como muchas personas, que la receta militarista, que Santos no se atreve a cambiar, no acaba con la guerra, sino que la eterniza. Es efectista mientras satura el territorio de fuerza pública, pero a la primera oportunidad que se presenta las cosas vuelven a su estado habitual. En algunos departamentos, el 60 por ciento de las fuerzas militares está dedicado a cuidar la infraestructura energética, aun así les pedimos que ganen la guerra como sea. El ministro de Minas, Mauricio Cárdenas, ha prometido cinco mil soldados para proteger las empresas petroleras en Arauca. Bien. La pregunta que sigue es: ¿Y cuántos soldados y policías más vamos a necesitar? ¡Por Dios! ¡Qué equivocación! Estamos prisioneros de un dogma.


Lo que hay que hacer son carreteras y programas de desarrollo orientados a ganarse la gente. Garantizar transparencia electoral para que lleguen a la administración ciudadanos probos que no se roben el presupuesto. Presidente Santos: usted puede, cambie la receta. A Colombia no se le puede condenar a una guerra perpetua.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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