El partido blanco

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Todos los sondeos de opinión coinciden en afirmar que la intención de voto para las próximas elecciones presidenciales la encabeza el voto en blanco, por encima del 30 por ciento. Es una situación inédita, no recuerdo nada semejante. ¿Cómo interpretar esto? Hay diversas lecturas, como en todo, pero lo cierto es que se trata de un hecho que, de mantenerse, va a interrogar seriamente el sistema y la forma de hacer política en Colombia.

Algunos análisis se decantan por afirmar que el día de las elecciones (25 de mayo) aún está lejano y que en la medida en se acerque la fecha el voto en blanco irá perdiendo fuerza y los electores terminarán inclinándose hacia algunos de los actuales candidatos o alguno o alguna que surja. Podría ser, pero también puede ser que este fenómeno se consolide y tengamos un hecho político sin antecedentes en nuestra historia, si los votos en blanco llegan a ser más que los del vencedor. Las posibilidades no son altas, pero podría darse. La situación parece estar madura para ello.

Históricamente ha existido en el país una tasa de abstención electoral cercana al cincuenta por ciento. La mitad del electorado vive de espalda a las urnas. Hay personas que se precian de nunca haber sufragado. “¿Y para qué voto? Si con cualquiera que gane las cosas van a seguir igual”. Es la respuesta más o menos estándar del abstencionista. No le reconocen al voto el poder para hacer transformaciones en el sistema político o en el económico. Es una creencia dramática, que el sociólogo alemán Ulrich Beck sintetizara en la célebre frase: “A quienes elegimos no tiene poder, y quienes tienen poder no los elegimos”. Sentencia que describe perfectamente el drama contemporáneo efecto de la globalización, en la cual las personas no tienen ni la menor idea de quiénes toman decisiones que afectan de forma terrible sus vidas.

Pero la abstención es diferente al voto en blanco. El elector blanco cree en el sistema, va a la urna y deposita su voto, pero no cree en nadie. No se siente interpretado por ningún candidato. Esta porción viene creciendo cada elección. Desde mi perspectiva es un voto censura, más que a los candidatos, a la manera de hacer política, a los partidos políticos. Hay un desencanto casi existencial con las diferentes organizaciones partidistas. Gente que ha ensayado con los rojos, con los azules, con los amarillos, con los naranja, con los verdes, y todos han defeccionado. No existen grandes diferencias entre unos y otros. La última frustración política en Colombia la encarna el Partido Verde, que en las pasadas elecciones recibió una avalancha de votos que terminó en menos que nada. De los llamados tres tenores que llegaron a simbolizar Mockus, Peñalosa y Garzón, apenas queda un recuerdo triste.

Para mí es, ante todo, un rechazo a la politiquería. La misma que prometió derrotar Álvaro Uribe en 2002. A veces se cae en el error de olvidar que Uribe se hizo elegir no sólo contra las Farc sino también contra la corrupción y la politiquería. ¡Y qué frustración! Nos dejó a los Nulle, a las Yidis, a los Teodolindos y un largo etcétera.

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Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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