Un encuentro personal con García Márquez

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Quizá lo único inédito que podría decirse con respecto a Gabriel García Márquez, después de los océanos de tinta que han inundado el planeta, sería que hoy domingo de Pascua, al igual que Nuestro Señor Jesucristo, ha resucitado entre los muertos. Pero como eso no es posible, para escribir esta nota tendré que contar una historia un tanto personal: el día en que conocí, escuché y hablé personalmente con el genio de la literatura universal, como acaba de bautizarlo la prensa española al informar de su muerte.

Fue en 1998 en Cartagena de Indias durante un seminario sobre ética y periodismo organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, al cual me invitó su director, Jaime Abello Banfi, y al que asistió una veintena de selectos periodistas como Patricia Lara, María Elvira Samper, Sergio Ocampo, entre otros, presidido por Gabo. Si he de ser sincero, debo reconocer que mi perfil no daba para estar allí, tenía poco qué aportar pues apenas terminaba en la Universidad Jorge Tadeo Lozano mi validación de estudios de Comunicación Social y Periodismo, sin más acreditación periodística que la que siempre he tenido desde comienzos de la década del 90 del siglo pasado: columnista de EL NUEVO DÍA. Además, tampoco era esa la condición en la que asistía sino como asesor de comunicaciones del Programa Presidencial para la Libertad Personal, más conocido como oficina del zar Antisecuestro. De manera que al complejo de ser un hombre de provincia se sumaba el de sentirme sin atributos para participar en ese cónclave. Así, decidí que lo único digno que podía hacer era poner el máximo de atención e intentar aprender algo.

El seminario duró dos días y se llevó a cabo en el hotel Las Américas, a puerta cerrada. Gabo lo introdujo tras una breve presentación de Abello, y razonó sobre cuál debería ser el papel de los periodistas en ese momento crucial que vivía Colombia. Esos años han sido de los más difíciles de nuestra historia. Las guerrillas tenían virtualmente secuestrados a todos los colombianos en las ciudades, las hordas del paramilitarismo jugaban fútbol con las cabezas degolladas de campesinos y las élites políticas se acribillaban con acusaciones mutuas por la infiltración de dineros de la mafia en las campañas presidenciales. Eran días de infierno y Colombia pedía ayuda a gritos, quizás por ello la Fundación y Gabo lo convocaron. El desafío era cómo tratar las noticias producidas por la violencia, cómo informar sin hacer apología de ella, sin enaltecer a los violentos y sin terminar de sumir al país en los infiernos de la desesperanza y la postración.

Mientras esa intelectualidad reflexionaba sobre tan trascendentes asuntos yo estaba, paralelamente, abstraído en otros mundos. Me parecía una fantasía estar en esa mágica, mítica e injusta ciudad de piratas y murallas, en donde precisamente había tenido lugar la furtiva historia de amor entre Sierva María de todos los Santos y Cayetano Delaura, su confesor y exorcista; estar a tan poquísimos metros de ese monstruo de la creación literaria. Me preguntaba si sería posible que irrumpiera en el salón, de repente y sin anunciarse, Aureliano Buendía o la mismísima Úrsula Iguarán. Porque en ese universo macondiano, en donde la realidad supera con facilidad a la ficción, todo es posible. Yo permanecía abducido y creo que Gabo lo advirtió, pues era tal vez el único de los participantes que no había abierto su boca, aunque quizás sería más exacto decir que no la había cerrado, pues permanecía boquiabierto y sin decir ni mu. Seguramente por eso y solo por eso, a la hora del almuerzo, momento en que por obra del azar quedé en la mesa frente a Gabo, casi petrificado como el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, agarrado de la mano de Amparo mi mujer y sin saber qué decir, Jaime Abello rompió el hielo y me presentó ante el Nobel. Dijo: “Guillermo es asesor de la oficina antisecuestro y aceptó acompañarnos en este seminario”. “Qué bueno” -contestó-. “El secuestro es una tragedia bíblica de la que nadie se recupera fácilmente, aunque la haya padecido tan siquiera una hora”. Para ese entonces ya había escrito ‘Noticia de un secuestro’, y por tal motivo era un experto en la materia, de manera que el asunto se volvió objeto de conversación.

Alberto Villamizar, el primer ‘zar Antisecuestro’, fue colaborador suyo en la narrativa de ese libro, dada su dolorosa participación en la liberación de su mujer, Maruja Pachón, secuestrada por el tristemente célebre Pablo Emilio Escobar Gaviria para obligar al Estado a prohibir la extradición de nacionales.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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