Colombia después del 15 de junio

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Si las encuestas aciertan, la diferencia de votos entre los candidatos presidenciales va a ser muy estrecha, y el país quedará partido en dos y totalmente polarizado. Esto, por supuesto, no es una buena noticia. Colombia tiene muchos desafíos por delante, y las soluciones a los problemas no pasan por la fractura política y social sino por la construcción de consensos democráticos.

Lo peor que podría suceder es que la búsqueda de la paz nos condujera a más guerra, a más crispación. Es lo que ha buscado el uribismo desde que comenzaron las negociaciones. Y la razón no es otra que el deseo de revancha contra Santos, a quien considera un traidor. El principal defecto de Óscar Iván Zuluaga es ser instrumento del revanchismo. La ética del uribismo es la de la venganza, no de la reconciliación. Con Zuluaga el proceso de paz correría el peligro de romperse, si quiere ser leal a su discurso y a Uribe tendrá que poner exigencias que las guerrillas no estén dispuestas a cumplir. Los patriotas en 1810 ofrecían reconocer a Fernando VII a condición de que viniese a reinar a la Nueva Granada. Algo similar puede hacer el uribismo, demandarles la rendición para negociar el armisticio, y una vez rotas las conversaciones, si éstas no aceptan, dedicarse a probar que Santos le estaba entregando el país al castro-chavismo. No sería descartable, incluso, que intentaran juzgarle por traición a la patria. Serían cuatro años perdidos.

Estas elecciones han servido para que Santos renuncie el monopolio de la paz. Ahora, esa bandera la comparte con otras manos, entre ellas las de Clara López, Antanas Mockus, Gustavo Petro, el expresidente Betancur, Piedad Córdoba, Aida Avella e Iván Cepeda, quienes con altura de miras han sabido deponer sus discrepancias ideológicas para darle un chance a la paz. Pero si Santos pierde, en manos de quién quedará esa bandera. El presidente debería comprometerse a promover un amplio pacto político para transformar lo que hasta el momento ha sido una política de gobierno en una política de Estado. Pacto que debe estar abierto a todas las fuerzas democráticas que quieran suscribirlo, sin que ello signifique sacrificar la controversia. La vida no termina el 15 de junio, es preciso pensar en el día después. Aún estamos lejos de la terminación del conflicto y de la reconciliación, que son cosas diferentes. Hay que cortar la dialéctica del odio y la venganza. Es lo que esperan y reclaman las mayorías, en especial las que no votaron, asqueadas de los odios y de la politiquería.

La izquierda democrática, y en general todos los demócratas, tiene una oportunidad de oro para erigirse en una quilla que sofrene la polarización, que entre otras cosas no es ideológica sino producto de odios y resentimientos. Esa polarización es suicida y no le conviene al pueblo. Hay que pensar en Colombia, antes que en un partido o en una ideología.

Clara López acaba de dar una lección de generosidad y reinvención al romper con la atávica marginalidad de la izquierda al tenderle la mano a Santos, sin ir tras la mermelada. Santos debería corresponder a ese gesto volviendo la paz una política de Estado. Así, las Farc entenderán que están negociando no con una persona, ni con un gobierno sino con todo el país. La política se inventó para buscar acuerdos, para que la gente hable. Tenemos que pensar cómo va a ser Colombia después del 15 de junio.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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