¿Todos somos americanos?

Guillermo Pérez Flórez

La frase del presidente Barack Obama, pronunciada en español, “Todos somos americanos”, podría significar una nueva era en las relaciones hemisféricas. Quiero pensar que es así. Pero sólo el tiempo nos dirá si con ella se inaugura un capítulo nuevo o fue solo un guiño de cortesía, de cara al creciente electorado hispano en los EE.UU.

Como lo señala Antonio Navalón, en su columna de El País (21.12.2014), “la relación entre Washington y el resto de América es la historia de una tragedia, de un abuso y, sobre todo, de una doctrina, la elaborada por John Quincy Adams y atribuida al presidente James Monroe, y la diplomacia del gran garrote de Theodore Roosevelt. ‘América para los americanos’ sirvió “para quedarse con todo, para robar la mitad del territorio a México y para tener carta abierta para invadir, destruir, aprobar, matar o provocar golpes de Estado, como en Chile”. Desde que en 1846 cuando EE.UU. se apoderó de parte del territorio mexicano (Texas, Nuevo México, Arizona y una franja de California) las relaciones han sido de agresión y saqueo, pasando por Panamá, Colombia, Nicaragua, Honduras, Cuba, Haití, Chile, Venezuela y un larguísimo etcétera que sería imposible resumir aquí. Desde sus orígenes, Washington siempre tuvo pretensiones hemisféricas, al congreso en Filadelfia lo denominaron ‘continental’, pese a que las 13 colonias apenas eran una porción de las tierras americanas.

En 1912 el presidente William Howard Taft, el impulsor de la ‘diplomacia del dólar’, declaró: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial…”. Y a decir verdad casi lo logran. De allí la virtud de Cuba, al encarar una ataque de más de 50 años, en medio de la insolidaridad del resto de hermanos latinoamericanos. Por ello la noticia del restablecimiento de relaciones diplomáticas tiene un significado histórico inmenso, hasta tal punto que puede ser la noticia de lo que va del siglo, junto con los atentados terroristas de septiembre de 2001.

Obama podría estar inaugurando una nueva era, que deberían presidir el respeto mutuo, la solidaridad y la cooperación. Aún es prematuro para saberlo, pero esto no le quita mérito ni esperanza a la decisión. Para América Latina la cercanía a EE.UU. tendría que ser un activo y no un pasivo; una oportunidad y no una amenaza; una dicha y no una tragedia, esto permitiría que existiera ‘conciencia americana’, que fue lo que buscó crear el Libertador en Venezuela, cuando declaró la ‘guerra a muerte’ a españoles y canarios. Una forma de dotar de identidad a un pueblo multiétnico, compuesto por blancos, criollos, pardos, mestizos, negros, mulatos e indígenas, con muy poco o nada en común.

EE.UU. son hoy un collage cosmopolita. La población hispana constituye un 15% del total y para 2050 será un 30%. Algo que podría materializar el ideal panamericano predicado por Miranda, por Bolívar, por Martí, por Sandino, por Franklin D. Roosevelt y por otros más. Así, podríamos repetir con Obama: Todos somos americanos, a secas, sin más apelativos, desde Alaska hasta la Patagonia.

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