A repensar el problema

Más allá de que tarde o temprano se logre conjurar el paro nacional agrario, pareciera que para el alto gobierno de Colombia, los problemas de los campesinos no fueran una cosa tan compleja, o por lo menos no tan urgente.

Eso dejo entrever el mismísimo Presidente de la Republica, quien además de la actitud indiferente que ha demostrado a lo largo de su mandato respecto a muchos de los reclamos que se hacen desde las regiones, el domingo pasado, remato afirmando que “el tal paro nacional agrario no existe”. 

No obstante, a pesar de que el Gobierno trate de restarle importancia a la legítima protesta  de las gentes rurales, y se esté acostumbrando a detener los paros a punta de soluciones coyunturales e individuales para cada sector que se moviliza, los problemas estructurales que han motivado el inconformismo de los campesinos aún persisten, y cada día se arrecian por las decisiones que se toman en el Palacio de Nariño.

La gran verdad es que la desigualdad entre lo urbano y lo rural en Colombia ha sido histórica y despiadada. Los ingresos en los hogares campesinos si al caso llegan al medio salario mínimo. La vivienda rural, reporta características deplorables, al no contar en la mayoría de los casos con agua potable, saneamiento básico, ni materiales resistentes en su construcción. Casi todas las vías terciarias del país, están en pésimas condiciones y pocos son los recursos invertidos para su mantenimiento. La deserción escolar en el campo supera con creces la de los sectores urbanos, y peor aún, la brecha existente en términos de calidad, cobertura e incorporación de tecnologías en la educación, es inmensa entre lo urbano y lo rural. Los puestos de salud prácticamente desaparecieron en las regiones apartadas, y en los que aún permanecen, la falta de recursos humanos y tecnológicos, obliga a los campesinos a desplazarse hasta centros poblados lejanos para recibir la atención médica. Pero como si esto fuera poco, el gobierno central, a través de la firma de los Tratados de Libre Comercio -sobre todo con la Unión Europea y los Estados Unidos-, puso en jaque todas las posibilidades de una vida digna para nuestros campesinos. Avalar una competencia en términos de calidad y precios, entre nuestra producción nacional y los productos provenientes de países con un sector agrario altamente subsidiado y tecnificado, claramente ha puesto a trabajar a perdida a la mayoría de agricultores de nuestro país, que cada día rechazan con mayor ahínco el ingreso a nuestro mercado de competidores con los que les resulta imposible librar una contienda entre iguales.

Sin embargo, a pesar de que está muy claro que nuestro país y especialmente nuestro sector rural, por ahora no está preparado para enfrentar la globalización. Los apuros del gobierno central, por obligar a la fuerza al país, a zambullirse en el modelo económico de los países desarrollados, están ahondando los problemas sociales y presionando cada día una mayor resistencia del pueblo. Considero que ahora es el momento oportuno, para que los líderes de la nación repiensen la problemática, le bajen al orgullo y la indiferencia y aborden la situación desde la complejidad que demanda un país y una sociedad, que cada día dan más campanazos de alerta por el descontento generalizado. 

Credito
CESAR PICÓN

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