El gobierno que respeta al Tolima

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Una de las tantas sorpresas de la jornada electoral del pasado domingo fue, sin duda alguna, los resultados adversos que obtuvo el Partido Liberal en el Departamento.

A pesar de haber obtenido una curul en la Cámara de Representantes, no solamente se incumplió el anhelo de los rojos de recuperar una segunda curul en esta corporación, sino que hasta ahora se tiene perdida una valiosa curul en el Senado de la República. Este inesperado hecho suscitó todo tipo de reacciones y comentarios en las redes sociales, que le atribuyeron a este revés liberal causas como las disputas internas, la falta de renovación, la perdida de fervor, y la falta de identidad de miles de tolimenses que apoyaron a candidatos de otros departamentos. Por otra parte, a muchos les resultó extraño este resultado, porque supusieron que al tener el Tolima un gobernador liberal, una gran cantidad de mermelada sería esparcida por las diferentes regiones del Departamento para favorecer a los candidatos de la colectividad. Algo que claramente ha ocurrido en gobiernos pasados.

No obstante esta vez fue diferente. La incólume decisión del gobernante seccional de hacer una indiscutible buena gestión administrativa, acompañada permanentemente de principios éticos y morales que no han permitido la manipulación de la contratación estatal para el favorecimiento de particulares, no dio lugar a la mermelada que usualmente es empleada para comprar la consciencia de los electores.

Evidentemente este estilo no favoreció a ningún partido, incluyendo al Liberal. Lo cual indica dos cosas: la primera, que, por lo menos electoralmente, no tiene mucha recompensa el atreverse a gobernar en forma transparente. La segunda es que ese voto de opinión con el que muchos soñamos, aquel que no requiere de estímulos económicos y que se sustenta en la reflexión del ciudadano sobre las propuestas y lo que representa cada candidato, aún sigue siendo eso, simplemente un sueño que pareciera muy lejos de convertirse en realidad. Ambas cosas, por supuesto, juegan en contra de los intereses de la misma sociedad, ya que se convierten en el combustible para que continúe la corrupción en las entidades estatales y se abra el paso a todo tipo de prácticas que atentan contra la eficiencia administrativa y la preservación de los recursos públicos.

Lo anterior definitivamente lleva a reflexionar sobre el conflicto que plantea lo éticamente y lo políticamente correcto. ¿Qué es lo que verdaderamente valoran los ciudadanos cuando asisten a las urnas? ¿Cómo cambiar la cultura política si cuando se propone un gobierno decente, la falta de mermelada castiga electoralmente a sus aliados? ¿Sera que algún día las prácticas honestas serán capaces de asegurar réditos políticos? ¿Si no es en las urnas, entonces cómo premiar políticamente a quienes no le juegan al todo vale para conquistar los votos?

Ojala algún día las respuestas a estas preguntas nos lleven a cambiar la cultura política no solo del Tolima, también del país. Mientras tanto, sigo creyendo que cualquier mermelada que sea usada para persuadir las conciencias de los electores es doblemente dañina, porque además de atentar contra el voto libre y consciente de los electores, que es el único capaz de elegir a los mejores, ésta siempre provendrá de aquellas malas prácticas de las que ya la sociedad parece estar cansada.

Muy bien, señor Gobernador, por respetar al Tolima, dejando que la política electoral la manejen los políticos, y dedicándose a llevar las riendas del Departamento en forma recta, eficiente y transparente, al punto que por primera vez en el Tolima no hubo ninguna denuncia oficial en este debate electoral.

Credito
CESAR PICÓN

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