Kissinger, un muerto pésimo

Rodrigo López Oviedo

Después de angustiar al mundo durante la mayor parte de los cien años de que disfrutó en vida, ha muerto Heinz Alfred Kissinger, tal vez el norteamericano de mayor influencia en la política internacional de la segunda mitad del siglo XX y, tangencialmente, de lo transcurrido del XXI.
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Era de tal magnitud esa influencia que no resultaba raro verlo cualquier día con Le Duc Tho en Hanoi, al siguiente en Moscú con Jrushchov, más tarde con Chou En-lay en Pekín o Pinochet en Santiago de Chile, siempre cumpliendo tareas propias de un presidente, pese a ser solo asesor de Seguridad o secretario de Estado, pero haciéndolo mejor de lo que hubiera sido de esperar del correspondiente mandatario.

A ese brillo personal obedece el que se hubiera hecho acreedor, sin merecerlo, al Premio Nobel de Paz, en reconocimiento a haber enjugado de manera decorosa la derrota sufrida por su país a manos del pueblo vietnamita. Este premio le fue concedido en forma compartida con Le Duc Tho, quien lo rechazó por no sentirse bien acompañado.

Pero en su palmarés también figuran violaciones a granel y de marca mayor relacionadas con el derecho de los pueblos a su libre autodeterminación y a la paz. De ingrato recuerdo es la estela de dolor y muerte que sembró en los pueblos del sudeste asiático y del oriente medio. Según algunos analistas, Kissinger fue una combinación de Maquiavelo y Mefistófeles. Sus manos quedaron manchadas con la sangre de más de un millón 700 mil personas, lo cual resultaría impensable de un judío que salió de Alemania, su madre patria, huyendo de las hordas hitlerianas, que cobraron la vida de cinco millones de judíos.

A los latinoamericanos, este personaje nos quedó debiendo su obstruccionismo sin límites a las iniciativas de constituir gobiernos que se pusieran realmente al servicio de las mayorías y su apoyo irrestricto a dictaduras atroces. A su cargo quedaron el asesinato de Salvador Allende y la tragedia del pueblo chileno bajo Pinochet, además de la Operación Cóndor, instrumento mediante el cual se sincronizaron todas las dictaduras del cono sur contra el movimiento democrático y progresista.

Procurando encubrir los hechos con caridad cristiana, muchos dicen que no hay muerto malo. De Kissinger puede decirse, al contrario, que, más que malo, es pésimo. Sin embargo, a su favor podríamos decir que apenas fue un instrumento criminal, aunque muy brillante, de los tantos de que se ha valido el imperio para sacar adelante sus políticas de defensa del capitalismo y de la democracia. Su capitalismo y su democracia.

Si Kissinger no hubiera existido, Estados Unidos habría parido otro igual. Peor, hubiera sido imposible.

Rodrigo López Oviedo

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