Tres horas y media para un avance

Este es el siglo de las nuevas tecnologías, la era digital, la comunicación en red, la informática ante todo, los avances científicos -tecnológicos- informativos al servicio del ser humano, de liberar su tiempo vital, de agilizar procesos y métodos, se dice por académicos, estudios de universidades, investigadores sociales y muchos más.

Pero por estos días conocí de varios casos donde uno se da cuenta que eso no es más que una simple carretica en nuestra ciudad. Ni avances tecnológicos ni modernidad, ni ahorro de tiempo se da al hacer uso de algunos servicios, en especial el bancario. Hice el ejercicio yo mismo porque no creía lo que muchos ya me habían contando, aprovechando que tenía un producto financiero de dicha entidad y que requería efectivo.

Aquí va la historia. Llegué a la sucursal bancaria a tramitar un avance en efectivo a eso de las 2:30 de la tarde. Pregunté al celador, quien me indicó que en las cajas me darían curso al  procedimiento, hice la respectiva fila en la caja y de allí me dijeron que no, que debía primero pasar donde las asesoras a que manualmente hicieran el trámite, que tomara un “digiturno” (moderno y digital suena .no). Era el turno 42 e iban en el seis de atención.

Ante la espera decidí cambiar de sede bancaria, donde llegué antes de las 3:30 de la tarde. Me indicaron lo mismo, que no se podía simplemente hacer la fila, pasar su tarjeta y su cédula y retirar el efectivo. Tomé el turno (digiturno), me correspondió por suerte el 46 y allí iban un poco más avanzados en atención al ciudadano, estaban en el turno 11. Esperé y esperé que fueran pasando los turnados y el tiempo. Gracias a Dios que mucha gente se cansó de esperar y allí la cosa se movió más rápido. Iban a ser las 5:00 de la tarde, cuando decidí preguntar cuál de las seis uniformadas y cordiales damas me correspondería en suerte.   Para ese tipo de servicios sólo había una persona designada; las demás atendían sólo a quienes iban a ingresar como clientes al banco y estaban tramitando un préstamo.

Esperé con paciencia suma, y a eso de las 5:05 minutos fui llamado. La gentil mujer tomó mi tarjeta y miró mi cédula para corroborar los datos. Colocó el plástico sobre la pequeña y pesada máquina de hierro que emite los “baucher” para copiarla sobre papel, estilo papel carbón. Luego del característico ruido que genera la fricción del plástico con el hierro, me entregó mi tarjeta. Tomó el papel sobre el que había impreso e inmediatamente tomó el teléfono para pedir autorización por la línea, con las consabidas demoras que ello genera. Luego del permiso respectivo, me entregó el baucher y me pidió dirigirme a las cajas. Afortunadamente ya eran las 6:00 de la tarde, comenzaba el horario extendido y quedé de segundo en turno. Pasé a la caja, entregué nuevamente la tarjeta y la cédula, la niña tomó la tarjeta, la introdujo en el dispositivo electrónico que allí ubican para que uno digite las claves y que tiene lector de bandas y, luego de eso, procedió a contar y entregarme el dinero.

Pensaba yo que “a esta entidad, que, según las últimas cifras de Asobancaria y la Superfinanciera, reportó semejantes utilidades operacionales, no le alcanzará para contar con equipos electrónicos mínimos como la Internet, la Intranet, conexión en línea, entre otros, para agilizar procesos y procedimientos o será que debe mantener una ‘bancacracia’ por alguna situación aún desconocida. A las 6:15 de la tarde. por fin. culminé el acceso a un servicio que había comenzado a las 2:45 p.m. Como dice un noticiero de televisión: ¡Qué tal esto!   

Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ - GERSAN-

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