Videla, el dictador

De haber nacido en 1920, digamos, no en 1925, Jorge Rafael Videla sería recordado por sus amigos y familiares como un militar bastante inofensivo, de personalidad chata, más o menos inteligente poco culto, que había ascendido por la burocracia castrense sin participar en guerra alguna hasta alcanzar el puesto de comandante en jefe del ejército.

Para entonces, luego de desempeñar sus tareas con eficiencia adecuada, en los diferentes destinos que le fueron asignados. 

Pero a Videla le tocó encabezar el ejército cuando la Argentina se hundía en lo que amenazaba con ser una guerra civil feroz entre quienes se imaginaban destinados a llevar a cabo una revolución de características entre fascistas y castristas por un lado y, por el otro, los decididos a luchar contra ellos en nombre ya de un statu quo frágil, como fueron los sicarios de la Triple-A

En aquellos años lúgubres, solo un militar de carácter muy fuerte, uno dotado de carisma avasallante que se aferrara a lo que suelen llamarse los valores sanmartinianos, hubiera podido convencer a sus camaradas de que sería un error no meramente ético sino también político combatir el terrorismo sin apartarse de la ley. De más está decir que Videla no tenía dicho perfil.

En una región que ha sido pródiga en dictadores pintorescos, mujeriegos extravagantes cuyas peripecias cautivarían a sus compatriotas y, a pesar de su crueldad, les asegurarían su apoyo, Videla fue una excepción. Se pareció más a un oficinista que a un caudillo. Era vox populi que otros generales y muchos coroneles, para no hablar del ambicioso almirante Emilio Massera que sí se creía destinado a ser un caudillo carismático, lo despreciaban. 

Lo consideraban un blando. Así y todo, fue precisamente por su falta de glamour que Videla pudo congraciarse con parte de la ciudadanía. La mayoría lo tomaba por un hombre “normal”, pero sucede que las circunstancias reclamaban uno decididamente “anormal” conforme a las pautas imperantes.

Por fortuna, a Videla y sus cómplices no se les ocurrió celebrar un referéndum en las semanas que siguieron al golpe de marzo de 1976; de haberlo hecho, los resultados seguirían motivando angustia entre quienes quisieran creer que solo una minoría minúscula estuvo a favor del “proceso” militar que reemplazó al gobierno extraordinariamente inepto de Isabelita Perón.

Por desgracia, se trata de una fantasía. En 1976, cualquier gobierno, fuera militar o civil, tuvo que reaccionar frente al desafío planteado por el terrorismo mesiánico.. Los contrarios a “la guerra contra el terror” que libró el gobierno norteamericano de George W. Bush, y que continúa bajó Barack Obama que no vacila en usar aviones no tripulados, drones, contra los guerreros  del  islam, sin preocuparse demasiado por los “daños colaterales”, suelen decir lo mismo del giro que ha tomado la estrategia de Estados Unidos. La diferencia, si la hay, consiste en que los enemigos masacrados por los drones son extranjeros, mientras que en la Argentina la lucha era fratricida. 

Credito
ROBERTO SHAVES-FORD

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