Y ahora, el populismo

Robert Shaves Ford

El populismo avanza incansable por el año electoral europeo. El 2017 es decisivo para el futuro de Europa, con las elecciones en Francia y las de otoño en Alemania. La victoria de Donald Trump en Estados Unidos, considerada la primera gran victoria del populismo, auguraba muchas réplicas por llegar, especialmente en el Viejo Continente.

Y aunque en Francia se haya impuesto el centrista liberal Macron, hemos visto cómo el populismo ha conquistado la larga campaña de las presidenciales, así como los programas electorales de los distintos partidos, convertidos en simple seducción, carentes de soluciones y de argumentos, dejando a su paso cada vez más votantes desesperanzados. El populismo no es nada nuevo, siempre ha estado ahí. Pero fue la crisis y su mazazo al futuro lo que ha ido alimentando el auge de estas formaciones. Los ciudadanos han vivido los últimos años con un sentimiento de injusticia, perdiendo la confianza en sus principales representantes políticos. Los partidos tradicionales, aletargados, han sido adelantados por otros de nuevo cuño, entre ellos los populistas, que tratan de llevar las aguas a su molino, sin saber aquéllos dar respuesta adecuada a las simplistas recetas de éstos.

Vivimos una metamorfosis electoral: de escuchar al pueblo a decirle al pueblo lo que quiere escuchar. El mundo de la información vive de puntillas, sin profundizar en los problemas y sin buscar soluciones, lo que ha catapultado a formaciones políticas superficiales, de piel, cuyos programas están más cerca de los eslóganes que de proyectos de gobierno sólidos y viables.

¿Existe un vector común? Sí, la seducción de masas. La esencia del populismo es la brecha entre los discursos y las propuestas contenidas en sus programas electorales y su viabilidad futura. Se asientan sobre promesas irrealizables porque no pretenden fijar compromisos para con los ciudadanos, ni siquiera para con sus votantes, sino la sola movilización para llegar al poder.

Los populismos de ambos extremos han llegado para romper con esa homogeneidad, aunque todos ellos tienen un punto en común: la escasa concreción de sus promesas electorales, de puro contenido retórico. La sociedad debe ser consciente de que a toda simplicidad en la formulación de las propuestas se anticipa la posterior inmunidad ante cualquier reproche o penalización en las urnas. Para ello hay que devolver al programa electoral el lugar que merece, dotarle de credibilidad y volver a entenderlo como el compromiso fiel con los votantes.

Apelar a las emociones es, sin duda, válido y efectivo, pero suscitar en el ciudadano confianza es la mayor expectativa y el mejor resultado posible. Para ello, es fundamental contar con un votante informado, que sea capaz de analizar objetivamente si las promesas son realistas y realizables. Las antiguas “banana república” son hoy casi todas las de América donde auto-proclamados caudillos ateos, socialistas y “amantes del pueblo”, aman otros amores…y practican el derecho de pernada…

Comentarios