Un mercado infame

De hecho, todo lo que tenga un ápice de metal les sirve: cables eléctricos, pirlanes de escaleras, rejillas de sumideros, tapas de alcantarillas, placas con la dirección de las casas, estatuas y bustos, esculturas y redes telefónicas, contadores y transformadores...

Su nombre era Michell Dayana y tenía dos años de edad, corría adelante de su madre en la Avenida Jiménez en Bogotá cuando fue tragada por una alcantarilla sin tapa.

De nada sirvió que unos valientes policías y soldados se arrojaran a las turbias aguas del río San Francisco y en completa oscuridad buscaran a la pequeña. Unas cuadras más abajo encontraron el cuerpo sin vida.El país entero se conmovió con las imágenes de la madre, una joven de 20 años, agobiada por el dolor y fue testigo de la solidaridad ciudadana en la desesperada búsqueda de la criatura.

El trasfondo es más sórdido y se repite en todo el país. Las tapas de las alcantarillas son preciado botín de quienes optan por el libre desarrollo de la personalidad y carecen del dinero para adquirir las dosis de bazuco que su vicio les exige.. 

De hecho, todo lo que tenga un ápice de metal les sirve: cables eléctricos, pirlanes de escaleras, rejillas de sumideros, tapas de alcantarillas, placas con la dirección de las casas, estatuas y bustos, esculturas y redes telefónicas, contadores y transformadores... 

Existe un ávido mercado para todos estos elementos. No importa si los niños mueren en las alcantarillas, los viejos quedan inválidos, los vehículos  se deterioran o accidentan por los agujeros, si las comunidades quedan a oscuras o aisladas telefónicamente, si el ornato de pueblos y ciudades sufre menoscabo... Allí están los reducidores y compradores de chatarra en ejercicio de la libre empresa.

Mas he aquí que los derechos de un ciudadano llegan hasta donde chocan con los derechos de los otros o los colectivos y es allí donde debe intervenir la ley y la autoridad.El costo de las solas tapas robadas (24 en las últimas horas) le cuesta al Distrito más de 500 millones de pesos al año, sin contar las demandas que por muerte o lesiones y daños se instauran día a día y el delito, por su cuantía individual no se traduce ni en un día de cárcel.

En Ibagué a cuadra y media del comando de la Policía Metropolitana y a la luz del día hay calles enteras de desguazaderos adonde llegan y se venden todos los elementos que hacen parte de ese infame mercado y en las mismas aceras quienes proveen los metales recogidos consumen los estupefacientes que adquieren con el producto de la venta, que en ocasiones es una dosis de la misma droga.

EL NUEVO DÍA

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