Mucha justicia y poca paz

Guillermo Hinestrosa

Entre abril y julio de este año, todos, como el marido arrepentido de haberse gastado la quincena en licor, mujeres y fichas de casino, prometíamos que íbamos a cambiar y nada volvería a ser igual. Que de ahora en adelante cuidaríamos el planeta, dejaríamos a un lado la codicia, redistribuiríamos la riqueza para proteger a los débiles y reforzaríamos el sistema de salud para remunerar mejor a tantos héroes que ofrendaban su vida para salvarnos del Covid-19.
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Entrados ya en octubre y en medio de la campaña por la presidencia de los Estados Unidos, el pequeño Trump que habita en nuestro hígado se empina a observar quién sobrevivirá y quién agoniza. Entonces, temiendo un alza en los impuestos, miramos con aire de superioridad a los sectores que están en el abismo, señalándolos de perdedores, de fracasados, de actores de una tragicomedia en el que dejaron de cumplir su rol, condenándolos a morir de inanición.

Sin duda la crisis sacó a la luz cantidades de “oportunidades de mejora”, eufemismo que designa hoy lo que no funciona, eso que se resiste a cambiar, las rémoras que no nos permiten avanzar como sociedad. Los colombianos debemos hacer profundas reflexiones para seleccionar los sectores a los que les daremos el merecido revolcón. No me estoy refiriendo al mundo del turismo y el entretenimiento: restaurantes, museos, hoteles, espectáculos masivos como el fútbol, el teatro, los conciertos o el mismo transporte público regresarán, sin duda con renovados formatos, en manos de nuevos inversionistas. De ellos se encargará el implacable mercado.

¿Alguien se dio cuenta de que estuvimos cinco meses sin justicia? ¿Sorprendió a alguno que las Farc hayan confesado crímenes que durante veinte años usaron fiscales y jueces para condenar inocentes? Todos los presidentes vienen con un proyecto de reforma judicial bajo del brazo. El tercer intento de Duque, pasado el filtro de la “concertación”, indefectiblemente aumentará el número de jueces, con el manido argumento de una proporción que nos compara con Suiza, Francia y Dinamarca.

Hemos venido creando jurisdicciones especializadas a tutiplén, como la Justicia sin Rostro para los narcos; Justicia y Paz de los paramilitares (66 sentencias en quince años) o Extinción de Dominio. Dos millones de hectáreas incautadas a delincuentes, en manos de la SAE, no han servido para dar inicio a la reforma rural integral, tan necesaria. Cuando queda en firme la sentencia de una Toyota, el parqueadero, el secuestre y los impuestos valen el triple. La última genialidad fue la creación de la pomposa y desacreditada JEP. Faltaba más que las Farc se fueran a quedar sin su propia justicia transicional: cada niño tiene derecho a su boleta.

Impunidad e ineficiencia están generalizadas en todo el ulcerado ecosistema. Si en plena era internet no han permitido los remates judiciales electrónicos, difícilmente comprenderán que la investigación del Siglo XXI es un trabajo articulado de todas las agencias del Estado, que exige equipos multidisciplinarios, tecnología de punta, sustanciadores virtuales, inteligencia artificial.

Carteles mexicanos, Eln, disidencias y Urabeños son bandas con miles de delincuentes dispersos en centenares de localidades de muchos países. Redes que generan millones de comunicaciones, datos dinámicos de geolocalización, transacciones financieras que lavan, infiltran partidos y organizan protestas sociales con sofisticados algoritmos.

Difícilmente resolveremos el problema metiendo más jueces, auxiliares y secretarios en la insaciable bolsa de Asonal.

GUILLERMO HINESTROSA

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