Desigualdades

Hugo Rincón González

“Es mejor ser rico que pobre” decía nuestro insigne excampeón mundial de boxeo Kid Pambelé. No es lo mismo ser de “buena familia” que un ilustre desconocido. Sucede en cada caso que uno observa. Las ayudas en la pandemia por ejemplo, fueron para el poderoso sector financiero y no para los informales o las pequeñas y medianas empresas.
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Como publicó el diario La República, hasta el mes de octubre de 2020 el dato de utilidades acumuladas del sistema financiero sumó $24,17 billones, una cifra astronómica e inmoral que pone de presente las asimetrías y las desigualdades en este país. En un momento en que se dispara la pobreza, los bancos son los que más ganan. Y es que en este país el tema de la desigualdad brota por todos los poros. Las escenas que se han visto en varias ciudades con los vendedores ambulantes y los abusos que sufren por parte de la Policía son una muestra de ese fenómeno. El caso que apreciamos por las redes sociales de un joven en Bogotá, que ante la inminencia de un comparendo por el uso del espacio público decide él mismo voltear su vehículo lleno de mercancías y manifestar con profundo dolor: “yo mi carro no me lo voy a dejar llevar”. Eso sin mencionar que el hecho ocurrió luego de pasar la alcaldesa de la ciudad con sus escoltas, ordenándole ella misma que se retirara. Si eso lo expresa quien dice que administra una ciudad “cuidadora”, qué más podría esperarse.

En este mundo contemporáneo plagado de desigualdades, miremos un momento el caso de las vacunas y la manera en que se han negociado por parte de los países ricos en detrimento de los países pobres. Según informaciones periodísticas el caso raya en el acaparamiento. Las naciones poderosas han adquirido vacunas para inmunizar hasta tres veces su población, mientras que más de 70 estados miserables solamente podrán vacunar una de cada diez personas si no se toman medidas urgentes. Canadá es ejemplo emblemático: cinco vacunas por cada ciudadano. ¿Y Colombia? “Seamos pacientes y comprensivos con el gobierno” dicen sus áulicos, que la inmunización ya vendrá.

Las desigualdades se dan también estructuralmente y en esta coyuntura crítica entre lo urbano y lo rural. Para mencionar un hecho: Lo que ocurre con los procesos educativos obligados a ser remotos por la pandemia. Una cosa es la situación que se vive en las ciudades donde las familias tienen conectividad y además algunas de ellas tienen dos y tres computadores para que la mayoría de miembros de la misma puedan trabajar y estudiar desde su residencia y otra muy diferente sucede en el campo en donde las familias no tienen internet y escasamente dependen de un teléfono celular muchas veces sin planes de datos apropiados para poder lograr que sus hijos estudien.

He sido testigo del esfuerzo inmenso de docentes del sector rural que en preescolar sin conocer a sus estudiantes, escuchan a los padres decir que solamente tienen un celular para la familia, sumando a esta circunstancia que tienen varios hijos estudiando. ¿Cómo pretende una sociedad como la nuestra lograr igualdad de oportunidades con estas personas? Familias sin conectividad, sin planes de datos apropiados y con muchos hijos esperando sus clases de una manera remota. Razón tienen muchos especialistas cuando afirman con preocupación que es imperativo volver a las aulas, por supuesto con las medidas de bioseguridad garantizadas por el Gobierno nacional y los gobiernos locales.

Este mismo esfuerzo lo he visto también en líderes y lideresas que participan en procesos sociales. Además de invertir su tiempo y sus esfuerzos en participar, deben hacer maromas trepando en árboles o subiendo a las partes altas de sus fincas para poder conectarse y lograr una comunicación medianamente adecuada.

Pambelé debería ser reconocido como un filósofo nacional, en su manera sencilla nos alertaba del riesgo de las desigualdades, esas que debemos superar para ser una sociedad viable y pacífica. Una sociedad incluyente y equitativa debe ser el sueño que debemos perseguir.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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