Un solo color

Juan Carlos Aguiar

Los videos grabados con celulares han registrado todo, o casi todo, en medio de las marchas que se viven hace casi dos semanas en Estados Unidos, para rechazar la violenta muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía de raza blanca.
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Videos que han servido para denunciar el abuso de fuerza de decenas de policías en muchas ciudades, como medida de control o intimidación en contra de los manifestantes. Videos en los que se ven empujones, golpes, gases lacrimógenos y hasta explosiones. Incluso, uno de estos es la prueba fehaciente de cómo durante más de 8 minutos el policía Dereck Chauvin mantuvo su rodilla sobre el cuello de Floyd, mientras el hombre decía que no podía respirar.

Grabaciones que seguramente servirán en los estrados judiciales para determinar responsabilidades, una vez termine el estallido social que deja no solo capturados sino cientos de heridos, entre policías y civiles, en decenas de ciudades estadounidenses.

También los celulares han servido para grabar actos heroicos de jóvenes que están cansados de ese mundo violento e intolerante en el que los hemos obligado a vivir.

A lo largo de esta semana —preparando un informe para la cadena Univision con la que trabajo— he tenido que ver muchas de estas imágenes de no más de dos minutos de duración. De todas, una me impactó muchísimo. No era un hecho violento sino por el contrario un acto de valentía.

Un hombre de raza negra, corpulento, permanece arrodillado y con su cabeza agachada, haciendo frente a un grupo de policías antimotines que armados y protegidos con escudos y bastones, buscan avanzar pegados hombro con hombro ocupando todo el ancho de la calle. El afroamericano parece resignado a su suerte mientras la multitud observa expectante, en medio de un ambiente a punto de estallar.

Cuando el desenlace parece inevitable, de entre la muchedumbre sale un joven blanco de pelo rojo alborotado, quien con sus manos en alto camina y se interpone entre el afroamericano y los policías que miran amenazantes y determinados a pasar sobre quien sea. Bastaron instantes para que un segundo joven, también blanco y casi adolescente, haga lo mismo con sus manos arriba. Luego otro y otro y otro, hasta que una barrera humana se formó frente a los policías protegiendo a ese hombre que, de rodillas, hacía valer su derecho a la protesta silenciosa y serena, sin importar si se exponía a ser golpeado como ha pasado con muchos en los últimos días.

Cada quien decide con qué imagen se queda de lo que ha sucedido en estos días difíciles en el llamado país de las libertades. Un calificativo paradójico si vemos lo que está sucediendo. Yo prefiero conservar el recuerdo de ese grupo de valerosos e intrépidos muchachos que entendieron que era el momento de marcar una diferencia y hacer un alto en el camino para, de forma pacífica, evitar que los excesos se adueñaran de aquella situación.

Aunque los periodistas innegablemente tenemos la obligación de contar esta violencia para que la sociedad conozca lo que está pasando, lo cierto es que las manifestaciones y marchas se han desarrollado en su mayoría de forma tranquila. Lamentablemente unos pocos terminan haciendo del caos su único plan para desestabilizar unas protestas que buscan el final de una eterna discusión en Estados Unidos: el fin del racismo, a ver si de una vez por todas somos capaces de vivir en paz sin importar nuestro color de piel.

JUAN CARLOS AGUIAR

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