El desafío de la paz

Un Presidente políticamente débil o solitario no puede liderar un proceso semejante. No nos equivoquemos.

Que la paz en Colombia tiene enemigos es una verdad de Perogrullo desde cuando el exministro Otto Morales dejó la Presidencia de la comisión de paz nombrada por el Gobierno hace 30 años, porque según él los “enemigos agazapados de la paz” impedían que se avanzara en su consecución. Esto, pues, no es nuevo. Hay personas y sectores interesados en mantener el estado de guerra y de violencia sin importar el costo en vidas y en presupuesto público presente y futuro. La guerra es funcional a sus intereses. Es un lucrativo negocio y buscan preservarlo a toda costa.

Los enemigos de la paz están dentro y fuera del país; en la derecha y en la izquierda (si es que este esquema de análisis es válido aún), en la ilegalidad y en la legalidad, y desde la penumbra sabotean todos los intentos de paz cada vez que se ponen en marcha. La historia colombiana está llena de episodios que ilustran lo que digo. La paz con el M19, por ejemplo, tuvo (y tiene aún) adversarios, algunos siniestros como quienes ordenaron el asesinato de Carlos Pizarro, con el propósito de que ese grupo se devolviera para el monte. Por fortuna la cúpula de esa organización supo liderar la crisis y se mantuvo. Algo similar ocurrió con la Unión Patriótica, movimiento surgido de los acuerdos entre Gobierno y FARC, más de tres mil de sus dirigentes fueron exterminados en la más absoluta y vergonzosa impunidad. En esa oportunidad sí lograron el objetivo: que las guerrillas se quedaran en el monte y que esta guerra estúpida siguiera.


La paz hubiera podido hacerse hace 30 años, pero los enemigos lo impidieron. Algunos por que convenía a sus intereses, y otros por la actitud delirante de soñar con una revolución a través de las armas. Esa es la triste y dura realidad. Por eso ahora que crecen los rumores de paz no puedo evitar que se me encoja el alma. Veo venir aciagos días de dolor y de sangre. Cómo evitarlos. No se me ocurre nada diferente a que surja un fuerte movimiento de opinión pública que se encargue de desenmascarar y enjuiciar a quienes se oponen a que se puedan hacer realidad los sueños de paz.


Si el presidente Santos decide buscarla a través del diálogo, lo sensato de toda fuerza política y social que se considere democrática y patriótica sería respaldarlo. Ello no significa extenderle un cheque en blanco a su gobierno, no, de ninguna manera. Pero un Presidente con un respaldo sólido es requisito indispensable para que se pueda avanzar. De lo contrario, los guerritas se lo tragan vivo y el sueño termina en pesadilla. Un Presidente políticamente débil o solitario no puede liderar un proceso semejante. No nos equivoquemos.  


Sería conveniente también que Santos promoviera un acuerdo con fuerzas políticas y dirigentes que no están dentro de la llamada Unidad Nacional, para que la paz no se enmarque dentro de una política de gobierno sino que sea una estrategia de estado, un acuerdo de alcance auténticamente nacional, sin compromisos burocráticos y sin ataduras electorales. Esto me parece vital. El Polo Democrático, el Partido Verde y los Progresistas podrían cumplir un papel fundamental en esto. (Los verdes están en la Unidad Nacional pero aún no dentro del Gobierno). Una declaración de estos sectores, de apoyo a un proceso de paz, ayudaría mucho a crear un clima que le facilite al Presidente mover ficha y comenzar a destapar cartas. La paz es un objetivo superior, no un regalo divino sino algo que tenemos que ganarnos todos. Sólo los pueblos que realmente la merecen la alcanzan. Además, los enemigos de la paz ya están trabajando.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

Comentarios