De la plutocracia y otros demonios

Guillermo Pérez Flórez

El dinero se tomó la política. En cierto modo, es algo lógico y casi inevitable, dentro del marco ‘axiológico’ del sistema capitalista. La política, y más concretamente el proceso electoral, no tendría por qué ser la excepción en un modelo cuya esencia es convertir todo en mercancía, sometida a la ley de la oferta y la demanda.

Las próximas elecciones presidenciales en EE.UU. serán las más caras de la historia: ¡6.000 millones de dólares! Cerca de 18 billones de pesos colombianos. Dinero suficiente para construir más de la mitad de las famosas autopistas 4G. En solo anuncios televisivos se gastarán 4.400 millones de dólares. Esto no se ha podido (o querido) controlar, porque la Corte Suprema considera, miren qué paradoja, que hacerlo sería limitar la libertad de expresión. Como si el dinero no fuera una de las cosas que están limitando la libertad de expresión. Solo pueden participar políticamente quienes lo tienen, bien o mal habido. Otro aspecto es el dominio sobre los medios masivos de comunicación, también secuestrados por el dinero. Los grandes grupos económicos controlan radio, prensa y televisión. La única parcela de libertad y democracia que quedada era Internet, y ya comienza a ser historia, pues la manipulación mercenaria de las redes sociales influye de manera decisiva en la construcción de opinión pública.

Es cierto que el dinero no garantiza la victoria electoral. No tenerlo, en cambio, asegura la derrota. De allí que sean pocas las personas decentes dispuestas a dar la pelea. El poder del dinero estimula otro asunto crítico: la corrupción política. Como el sistema solo favorece a quien tiene capital, quienes no lo tienen -o no quieren gastar el suyo- utilizan dinero público. Los contratistas y concesionarios del Estado financian candidaturas a fin de que luego les garanticen contratos y negocios. Así es como funciona el sistema en Colombia. Los partidos tienen hoy solo una función instrumental, reducida a expedir un aval para que el candidato pueda inscribirse. No representan ideologías ni programas. Cualquier partido vale: se trata solo de obtener un aval.

El sistema electoral es la madre de todos los vicios políticos. Pero, curioso, nunca se toca. Las propuestas de reforma brillan por su ausencia. Y ahí reside la fuente del mal. Las corrientes de opinión que eligen a las excepciones son apenas riachuelos en medio de los caudalosos ríos de dinero y politiquería de los carteles electorales. Una pregunta que debería hacérsele a todo candidato a gobernador, diputado, alcalde o concejal es cómo financia su campaña. Quienes están obligados a hacerlo, las autoridades electorales, no lo hacen, porque son parte del sistema. Payasos a sueldo.

¿Cuál es el remedio? La acción política ciudadana. Coaliciones de base que presionen masivamente a los partidos para que haya transparencia electoral. Cuatro gatos no asustan a los plutócratas ni a los cleptócratas, los demonios de la democracia contemporánea.

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