El poder es para transformar

Se murió Chávez y no cabe duda que escribió varias de las más extensas líneas de la historia de Venezuela y toda Latinoamérica, con todos los peros que se le pongan,

indudablemente forjó una transformación en su país que considero solo pudo ser posible gracias a los extremos a los que llegó: coartó la libertad de prensa, nacionalizó y expropio bienes y empresas privadas como le vino en gana, sometió a su país a una inflación de niveles exagerados, insultó y descalificó a todo quien se atrevía a estar en desacuerdo con él, y por último, expuso a su país a una peligrosa inestabilidad política con amañadas interpretaciones de la constitución, y endosando su trono a un terrible sucesor que estoy seguro no podrá soportar el peso de esa corona.

¿Pero quien puede negar la transformación que en sus años al frente del gobierno produjo en Venezuela? ¿Quien puede negarse a reconocer las cifras de reducción de pobreza extrema e indigencia en ese país? ¿Quien puede refutar los millones de votos que demostraron que era él a quién amaban la mayoría de venezolanos? Creo que nadie podrá hacerlo, por cuanto queda demostrado, que fuera como fuera que lo hubiera logrado, a los venezolanos les gustó porque hizo un país diferente. Aquí no nos quedamos atrás, aquí también tenemos un ejemplo similar aunque completamente del otro extremo, el expresidente Uribe también le cambió la cara al país; recuperó la confianza de inversionistas, puso por buen camino la economía, y especialmente, devolvió tranquilidad, libertad y esperanza a millones de colombianos antes sometidos al imperio de la fuerza y el terror por parte de los enemigos de la paz; aunque muchos digan quizá con razón, que lo hizo a costa de métodos poco ortodoxos, es evidente la absoluta transformación que él en sus ocho años de gobierno le dio al país, y la amplia aceptación que tiene entre millones de colombianos.


Con estos ejemplos podría decir que evidentemente las grandes transformaciones tienen lugar cuando valientes líderes son capaces de empuñar fuerte sus banderas y asumir posiciones firmes y a veces extremas para defenderlas. Lastimosamente, sin desconocer las buenas intenciones del Gobierno nacional, hoy me preocupa que en Colombia no este pasando mucho en materia de grandes transformaciones, ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo social. La seguridad va en declive, y cada día las conversaciones de paz se tornan mas ser estériles y eternas; se ostenta una bandera de “prosperidad para todos”, pero los índices de pobreza no muestran significativa mejoría, y la única reforma tributaria implementada fue en contra de la clase trabajadora y como siempre no le tocó ni un pelo a los ricos de Colombia; pregona un desarrollo sostenible y sustentable, pero alimenta una endiablada locomotora minera dispuesta a arrasar los ecosistemas, el agua y la biodiversidad de muchas regiones del país; y encima de todo, empobreció el debate político del país, al someter a prácticamente todos los partidos a una mesa de unidad nacional, sustentada no en propuestas ni en reformas profundas, sino en meros apetitos burocráticos. Por eso clamo al presidente Santos que no se permita continuar con objetivos mediocres, que comprenda que este país reclama profundas transformaciones especialmente de tipo social, que es él quien esta llamado a forjarlas, y que nunca olvide que el poder es para transformar, porque es mejor despertar amores y odios como Chávez y Uribe, que pasar a la historia sin pena ni gloria.


Credito
CESAR PICÓN

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