Jóvenes y salud mental

Alarma suscita la noticia de que el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes en Colombia; uno de cada 13 decesos en menores de edad se relaciona con este creciente fenómeno social.

El que, por ejemplo, una niña de 10 años o una decena de jóvenes entre los 15 y 29 hayan decidido quitarse la vida en algún lugar del país, nos obliga a preguntarnos no sólo por qué lo hacen, sino en cómo estamos enfrentando esta dolorosa realidad, para que se detenga o, al menos, se reduzca sensiblemente.

Tal como lo ha hecho ver Doris Ortega, experta en temas de niñez y adolescencia, la salud mental es un tema que la OMS exige que sea incluido en los programas de salud pública; y esto es más importante en tiempos como los que estamos viviendo, en los que nuestros jóvenes “pasan horas en luchas internas entre lo que son, lo que quieren ser y lo que tienen para hacer; están viviendo una autoexigencia y sin duda, le han dado un desvalor a la vida, porque no sienten encajar como se les exige en la sociedad”.

Es claro que la pandemia de Covid-19 vino a agregarle aún más peso a las angustias que niños, niñas, adolescentes y jóvenes estaban viviendo. Los que superaron los tiempos crudos de los confinamientos, cuentan lo tortuoso que fue pensar en la eventualidad de una posible extinción, o la pérdida de meses o años valiosos de sus existencias, y el no cumplimiento de experiencias que venían soñando desde la infancia, que sí vieron gozar a sus hermanos y parientes solo unos años mayores.

Pasada la pandemia, y ya medianamente superadas las profundas frustraciones que les propinó, ahora enfrentan un panorama de confusas expectativas en el ámbito laboral, una alta conflictividad en el ambiente político y la profundización de esa feria de las vanidades, la futilidad y la frivolidad que encierran tantas redes sociales, que le exigen a la juventud, sobre todo a las mujeres, sacrificios insoportables para mantener una apariencia que se asemeje a la de las divas que compiten por los likes, imponiendo la famosa tiranía de la felicidad, que castiga al que no puede o no quiere vivir esa vida de máscaras y simulaciones.

Hay que profundizar el diálogo sobre lo que están viviendo nuestros jóvenes. No podemos permitir que una tragedia como el suicidio o la tristeza insuperable se conviertan en epidemia.

El Nuevo Día

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