Ibagué, 468 años de levedad, ninguneo y continuismo

Alberto Bejarano Ávila

En los onomásticos se estila elogiar y desear vida hasta el año 3.000, pero en efemérides de orden histórico-político (ej. el aniversario de Ibagué), el elogio es oportunista y los regalos letales. “El pesimista es un optimista bien informado”, dice un refrán que lleva a pensar cuál ha sido, desde antaño hasta la modernidad y la globalización, el leonino trueque o “regalos cruzados” entre Ibagué, Colombia y el mundo y cuyas secuelas hoy sufrimos.

La ecuación es simple: qué nos “regalan”, qué “regalamos” y cuáles los saldos (cuantitativos y cualitativos) que quedan. Despejar ésta ecuación es acusar vetustas y toleradas reglas de intercambio.

¿Qué recibimos? Oleadas de desplazados por conflictos internos y externos que merecen apoyo; ingentes sumas de inversión externa que viene a conseguir pingües ganancias y no a apalancar el desarrollo; ejecutivos foráneos que desplazan el talento regional; insaciable codicia minera transnacional que amenaza nuestro hábitat; gran volumen de manufacturas que arruinan a quiénes acá producen; contratistas externos lucrándose de la poca inversión pública; atosigante carga mediática de falaces cosmovisiones que confunden la perspectiva de nuestro propio horizonte y, tal vez, ayudas buenas pero marginales. ¿Qué recibe Ibagué con largueza para coadyuvar a su progreso socio-económico? Nada realmente sustentable.

¿Qué “regalamos”? Millares de emigrantes que aquí no hallaron oportunidad; promociones de profesionales universitarios cuyos saberes acá son inútiles; cientos de empresas raizales que pierden competitividad y deben cerrarse; privilegios al inversor externo que no se dan al propio; copiosos dividendos a empresas foráneas que se remesan y frustran la formación de capital endógeno; enormes volúmenes de recursos minero energéticos a transnacionales que amplían su riqueza y afianzan nuestra posición de enclave económico; materias primas sin valor agregado que a veces regresan con alto valor añadido que nos beneficia.

¿Qué nos queda? Si me dijeran terrorista conceptual diría que el aterrorizado soy yo, pues no le veo futuro promisorio a un Ibagué alejado de las grandes tendencias de la modernidad y la gestión eficiente del desarrollo; con altas tasas de desempleo y subempleo que privan de ingresos dignos a miles de hogares; con talante político caduco e insular y por lo mismo sin mínima visión compartida del mañana; que genera ganancias a oligopolios nacionales y externos e ignora su deber de acumular capital; que no construye pensamiento y usa ideas erróneas para el interés local y regional; que, negando oportunidades, ningunea a los suyos; que predica la modernidad y pervive en el anacronismo ideológico y político. Eso nos queda

El aniversario 468 debe celebrarse sin laureles a López de Galarza y panegíricos a la levedad y sí con apertura a la crítica propositiva; con autocrítica social, económica y política; con un “festival de iniciativas”; con foros de análisis prospectivo y con afirmaciones de identidad.

Comentarios