El ojo que todo lo ve
Ser el Estado no es fácil y, aunque parezca todo lo contrario, ni siquiera divertido. Concentrar el poder en pleno de una nación acarrea consigo una avalancha de responsabilidades y expectativas que deben respetarse como ordenan los designios imperativos de la ley, pues ésta es la única forma de contar con la legitimidad suficiente que la ciudadanía exige.